jueves, 17 de marzo de 2011

DETROIT PISTONS 03-04. AZULGRANA ES MI COLOR



    Analizando las plantillas de equipos como Heat, Celtics o Knicks, se puede extraer que los actuales General Managers de las franquicias NBA piensan que conformar un equipo aspirante al título, pasa, ineludiblemente, por acumular all-stars en el quinteto titular.

Sin embargo, existen ejemplos recientes de que el éxito también se puede conseguir sin copar portadas de periódicos con fichajes de relumbrón.

En el año 2000, Joe Dumars, GM de los Detroit Pistons, veía como su mejor jugador, el inmaculado Grant Hill, ponía rumbo a Orlando, creyendo que en Detroit, no existía posibilidad de llegar demasiado lejos en postemporada.
Lo que no sabía Dumars era que, a cambio de Hill, llegaba un jugador que sería el primero de unos renacidos Bad Boys que devolverían la gloria a la Motown.


"BIG"BEN WALLACE: Un no drafteado al que habían aconsejado dejar el basket. Coronado por un peinado afro que apenas lo acercan a los dos metros de altura, surge la figura de un center nacido para el salto y la pelea, un working class hero al que le sobran los aros, y que se encarama cada noche a la espalda de jugadores que siempre lo superan en kilos y cms, pero nunca en voluntad. ¿Qué importa que no metas ni los tiros libres sí cada rebote, cada tapón es jaleado por un pabellón que estalla al tañido de la campana?

CHAUNCEY BILLUPS: Llega como agente libre en julio del 2002, tras deambular por seis equipos en cinco temporadas. Dumars ve en la serenidad de Billups (a Chauncey le apodan desde el high school "Smooth" (tranquilo, sin complicaciones) porque lo hacía todo sin aparente esfuerzo), un reflejo de sí mismo. Un combo guard anotador pero aplicado en defensa, otro asesino silencioso letal desde la larga distancia para los momentos calientes de los partidos.

RICHARD "RIP" HAMILTON: También llega en el 2002 en el traspaso de la, por aquel entonces, estrella del equipo, Jerry Stackhouse. Para este escolta, un soberbio tirador de 2 con la resistencia y velocidad de un corredor de larga distancia, el colocarse su fiel máscara protectora al comienzo de cada partido, supone el inicio de una carrera de obstáculos, un incesante movimiento sin balón, perseguido por un defensor, al que la dureza de los bloqueos de Detroit, pronto disuaden de intentar frenar a Rip.

TAYSHAUN PRINCE: Un número 23 del draft del 2002, descubierto por pura casualidad, en los playoffs de aquella temporada.
Con los Magic a un partido de tumbar a Detroit en primera ronda, del fondo del banquillo emerge la desgarbada figura de este alero para defender a un tal Tracy McGrady y darle la vuelta a la eliminatoria.
2,06 metros de brazos y huesos, capaz de rendir en ambos lados de la cancha. Un pterodáctilo de enorme envergadura que pronto se hizo con el cariño del Palace de Auburn Hills.

RASHEED WALLACE: Mediada la temporada 03-04, desde Portland, vía Atlanta, llega un licor de alta graduación “etiqueta negra”. El ala-pívot que dará el salto de calidad al equipo. Los Pistons ya tenían a su Bill Laimbeer, el jugador al que todos adoraban odiar.
Un polivalente power-forward al que sólo su temperamento lo separaba de formar parte de la elite de la liga. Los “hermanos” Wallace forman una dupla en la pintura donde encajaron a la perfección la dureza de Ben y la calidad de Rasheed.

Desde el banquillo: la clase de Okur, la experiencia de Campbell y la intensidad los dos pitbulls que eran Hunter y James, que reventaban partidos a base de robos y triples.

A Dumars sólo le faltaba encontrar quien aglutinase a este equipo.

El termino leyenda se suele utilizar muy a la ligera. No es el caso cuando se habla de Larry Brown. Treinta años en los banquillos, campeón de la NCAA con Kansas University, o sus más de 1.000 victorias en ABA y NBA dan fe de su privilegiada posición en el escalafón del baloncesto norteamericano.

Los sistemas del pequeño general remarcaron las señas de identidad de Detroit y engrasó un motor donde las distintas piezas pronto se acoplaron, lo que se reflejaba en hojas de estadísticas calcadas de un partido a otro: Rotación de jugadores, minutos en cancha, anotación, lanzamientos…etc.

Con estas armas se viajó desde el frío Michigan a la soleada California, para disputar una final de la NBA por primera vez desde 1990.

En frente, unos Lakers cargados con el peso de la historia. Shaq y Kobe más Gary Payton y Karl Malone. Cuatro futuros Hall of Fame con toneladas de all stars, títulos, MVPs de NBA, partidos de playoffs, finales jugadas y quintetos ideales.

Tras vencer a los actuales campeones, los San Antonio Spurs, existía el convencimiento de que pronto se volvería a instaurar la reciente tiranía de Los Angeles del threepeat de principios de siglo.

No contaban con el orgullo de unos Pistons que no se arrugaron y que volvieron a Detroit para matar la final.

Para el quinto y definitivo partido se acercaron al Palace, las viejas glorias (Mahorn, Thomas, Laimbeer, Johnson…) para acompañar a su antiguo compañero, Joe D, y darle el testigo a estos nuevos Bad Boys, que demostraron, como hicieron ellos quince años atrás, que por encima del talento está el carácter de no rendirse, de luchar con la intensidad de quien no tiene nada que perder, de entender al EQUIPO como único medio de alcanzar la victoria, o , en palabras de Coach Brown: “Todo gira en torno a los jugadores. Tienen que creer en sí mismos, confiar en el camino a seguir y tener claro que el compañero que tienen a su lado es tan importante como ellos mismos.”





Piston 4 life.

viernes, 4 de marzo de 2011

MANZANA DE CARAMELO



El mayor éxito en playoffs de los New York Knicks en los últimos años, data de la temporada 98-99. Aquel equipo correoso y peleón, que jugaba al son del amarrategui blues de Jeff Van Gundy, logró la machada de alcanzar la final de la NBA, habiéndose clasificado octavo de su conferencia en aquella campaña regular del lockout. A partir de ahí, el inicio de una larga travesía por el desierto para los Knickerbockers.


En ese verano de 1999, más al sur, en la ciudad de Baltimore, se comenzaba a hablar de un pequeño base del equipo de basket del Towson Catholic High School., que había crecido trece cms., en pocos meses.
Un proyecto de all-around player con el manejo de balón de un base, la muñeca de un escolta y el cuerpo de un alero.

Los colegas de su barrio, un lugar conocido como la farmacia, le apodaban Little New York. Su madre le llamaba Carmelo.

Años atrás, el pequeño Carmelo Kiyan Anthony, junto a sus cuatro hermanos y su madre Mary, se habían trasladado desde Nueva York a la zona oeste de Baltimore. En aquel entorno de drogas y violencia, Melo se agarró al balón de baloncesto como única vía de poder ayudar a su familia.


Y ese balón le llevó de nuevo a New York. Con dieciocho años, cuando todas las universidades del país tocaron a su puerta, Anthony no dudó. Quería jugar con los Orangemen de la Syracuse University, NY State.


En su año de novato, bate el record de anotación para un freshman en el torneo universitario y se consigue, por primera vez en la historia de Syracuse, el título de la NCAA.


De ahí a la NBA y a Denver. En estas siete temporadas, pese a consolidarse como una estrella de la liga, a nivel global, sólo una final de conferencia y la sensación de que con los Nuggets había tocado techo.


El nacimiento de su hijo Kiyan, y la muerte de su hermana Michelle, marcan su paso a la madurez y el dejar atrás peleas en partidos, detenciones por posesión de drogas y conducir under the influence, una medalla olímpica lanzada al río Patapsco, los corn rows y las malas compañías heredadas de sus tiempos en la farmacia.


Decide marcharse y llevarse su talento, una vez más, a Nueva York. En su camino, la amenaza de un nuevo lockout, los cantos de sirena de New Jersey y unos Nuggets, que no querían seguir el ejemplo de Cleveland y Toronto que habían perdido a sus máximas estrellas el verano anterior a cambio de nada, y que ahora transitaban por las catacumbas de la NBA.


Tras varios meses de negociación, el melo-drama concluye, con Carmelo formando parte de la estirpe de los Knicks.  Frente a los rublos de Mikhail Prokorov, magnate ruso actual dueño de los Nets, y pese a que en la temporada 2012, el equipo dejará New Jersey, para desembarcar en su Brooklyn natal. En Anthony ha pesado más el embrujo del Madison, el emular a su ídolo Bernard King y el poder jugar playoffs desde su primera temporada.


De la mano de Carmelo, también llega Chauncey “Mr. Big Shot” Billups, jugador veterano pero que puede mirar a los ojos a cualquier base que se le cruce, para unirse a esa tormenta desatada que es Amar’e Stoudemire, en un nuevo Big Three.


El regreso del hijo prodigo a casa, les ha costado a los Knicks el tener que enviar a Denver a tres titulares (Felton, Chandler y Gallinari) más un jugador importante en el puesto de pívot (Mozgov).  Billups aparte, está por ver si los nuevos jugadores que reciben (Balkman, Carter, y Williams) son útiles para un entrenador de perfil tan definido como Mike D’Antoni, y si hay tiempo para que este equipo cuaje antes de playoffs.


Anyway, nadie les exige un anillo inmediato. Los fans se conforman con que el basket vuelve a Nueva York, la confirmación de que concluye la travesía por el desierto y la ilusión de ver a Melo deslizarse sobre la cancha del Garden.



Como cantaba Notorious B.I.G., otro ilustre nacido en Brooklyn: Sky is the limit and you know that you can have what you want, be what you want if just keep on pressin on.