Los equipos de rodaje de sus películas se sorprendían por la aparente sencillez con la que actuaba. Lejos de escuelas del método, Cooper recitaba su texto con la expresividad de un tótem indio.
Su talento sólo se advertía cuando el proyector agigantaba la figura del gran héroe americano. Era entonces, ya sea como enfermo Primera Base de los Yankees o como el sheriff que recorre el pueblo, aplastado por el peso del deber, cuando se revelaba como único en traducir lo cotidiano en épico.
Al igual que Cooper necesitaba del cinematógrafo para brillar, el personal estilo de narración deportiva de Andrés Montes precisó de la NBA para calar en el inconsciente colectivo de todo un país. Y es que el gol de Maradona no se vive igual sin la narración de Víctor Hugo Morales, al igual que el sexto anillo de los Bulls está ineludiblemente unido a un enardecido Montes gritando ¡me llamo Michael Jordan!
En el año 96, Alfredo Relaño, entonces director de Deportes de Canal Plus, necesitaba una cara y una voz para los partidos NBA. El elegido fue un vehemente locutor de radio que aceleraba los partidos del Atlético de Madrid en el año del doblete. Como contrapunto, un joven becario de Valladolid, seco y reservado, que bendecía con una sonrisa aquella mezcla incontenible de basket y cultura pop que bullía en la mente de Andrés Montes y hacía persignarse a los ortodoxos.
Junto con Antoni Daimiel formó una extraña pareja, casi tan mítica como la de Lemmon y Matthau, y durante diez temporadas nos hizo disfrutar de los triunfos de Bulls, Lakers o Spurs, pero también de unos gloriosos tiempos muertos en los que dos amigos entraban en casa para charlar sobre el menú de la cena de navidad.
Ni en el soso baloncesto FIBA, y, mucho menos, en el futbol, encontró el mismo acomodo la personalidad de Montes, y la muerte le encontró, desencantado con los medios de comunicación, una noche de Octubre del 2009.
Dejó dos hijos y la añoranza de un showman irrepetible, que, al igual que Gary Cooper, fue un genio inconsciente de su genialidad.
Un año después, también se apagaba la voz rota del locutor Juan Manuel Gozalo, otro gigante de la comunicación que murió abrazado al micrófono.
El periódico Marca, le dedicó un hermoso panegírico que creo refleja el sentir que despierta la figura de Montes.
Sobre un retrato de Gozalo, se podía leer:
Gracias y hasta siempre, maestro…
Gracias y hasta siempre, amigo.