"Si me ves pelear con un oso, reza por el oso."
La agonía de Kobe Bryant, deshaciéndose,
poco a poco, en interminables 1 contra 5 en pos de los playoffs, concluyó el
pasado 12 de Abril, con el escolta angelino agarrando su tendón de Aquiles roto,
sobre la pista del Staples Center.
Resulta increíble, que un jugador
de su categoría, se exprimiese de esa forma, por un premio tan escaso como llegar a la
postemporada y esperar, con orgullo, que Thunder o Spurs, te pasen la escoba por
la cara.
El resto del mundo pensaba que no
merecía la pena.
Que sería mejor esperar a la
siguiente temporada, a tener al equipo más asentado, sin el inútil de D´Antoni
en el banquillo. O, incluso, ya se darían por satisfechos con cinco campeonatos
y las puertas del Hall of Fame, abiertas de par en par.
Pero, claro… el resto del mundo
no es Kobe Bryant.
Porque él siempre ha sido distinto.
Porque él siempre ha sido distinto.
Llegó a la Liga en el draft del 96, sin haber visto una canasta con cadenas, y sin tener detrás una universidad de prestigio que encariñase su nombre con el gran público. Por el contrario, el pequeño Kobe maduró su juego en elegantes pabellones del centro de Italia. Y su fulgurante paso por el Lower Merion High School de su Philadelphia natal, fue sólo para confirmar que ya estaba listo para jugar con los mayores.
Cuando llegó a Los Angeles, nadie
sospechaba que llegaría a ser Mr. Laker, por encima de mitos como "Magic" Johnson, Jabbar o Jerry West. Allí, su carrera ha sido un enorme Greatest Hits,
con éxitos como su primer All-Star con MJ enfrente, el threepeat de principios
de siglo, el MVP de 2008, el back to back que reavivó el duelo contra Celtics, la noche mágica de los 81 puntos, el
ser una constante perpetua en el mejor quinteto de la temporada, y tantos y tantos finales del partido decidiendo cuando quema el balón...
Un alud de hitos que parece que
nunca son suficiente.
Porque a él se le mira diferente
ya que su vara de medir es Dios vestido de jugador de baloncesto, porque se
ponen sus defectos (pocos) por encima de sus virtudes (muchas), porque se le
situó como el Yago que conspiró para que Shaquille saliese de Los Angeles, porque
en una NBA llena de capitales de provincia, el glamour de Hollywood se
desprecia por frívolo, porque una acusación de violación en 2003, que es el
día a día del deporte profesional norteamericano, se utiliza para empañar una
devoción por el basket, que le ha llevado a cambiar el retiro, por fajarse con jóvenes
fenómenos de feria como Lebron y Durant.
Obstáculos que Bryant se ha
merendado, uno por uno. Aunque una lesión grave con 35 años, es normal que haga que el resto
del mundo lo vea como un escollo imposible de superar, incluso para él.
Pero, claro… el resto del mundo
no es Kobe Bryant.
Unas horas le duraron las dudas.
En la misma madrugada en la que se rompió, ebrio de calmantes, avisó en su FB
de que este no era su final y que la Mamba volvería a morder.
Se dio cuenta que su regreso a la
alta competición es el Rubicón que debe cruzar para
acabar con las comparaciones, para que la vara de medir sea él, para acallar
las críticas para siempre, para ser simply, the best.
Porque un tendón no es rival para el corazón del gran campeón.