Los próximos 15 y 16 de Marzo del
presente año 2014, se celebrará en el O2 Arena de Londres, la segunda edición del
Country 2 Country Festival.
Tras el éxito del 2013, en el que
grandes estrellas como Tim McGraw o Carrie Underwood ejercieron de punta de
lanza del sonido de Nashville en Europa, en el cartel de este año se
echa en falta nombres con algo más de caché que Brad Paisley y Rascal Flatts. Para compensar se ha ampliado el
número de actuaciones de grupos locales y se ha incorporado un interesante CMA
Songwriters Series. Un espectáculo en el que varios compositores, le explicarán
a la audiencia cómo funciona su proceso de creación, y contarán anécdotas y
experiencias del mundillo Country.
Labor didáctica que busca asentar
este estilo en regiones que aún miran con recelo a los artistas de su género. Algo que sería innecesario, si el grupo que teloneará al mediocre Zac Brown en la primera fecha, hubiese
cumplido con su deber de ser la primera banda masiva Country.
Porque el perfil de Garth
Brooks es demasiado redneck para el gran público y Taylor Swift ahora quiere
ser Madonna. Por eso, la apuesta clara eran las Dixie Chicks: imagen cuidada, amplio espectro en la audiencia, y habilidad para
enlazar con gusto el Country y el Pop, sumado al virtuosismo
multi-instrumental de las hermanas Erwin y al dominio de su voz de la
temperamental Natalie Maines.
En su mano estaba derribar muros,
y conseguir que su redefinición de la tradición sureña, medrase en la radio del
mundo, y se impusiese definitivamente a los prejuicios.
Curiosamente, fue Londres la
ciudad que detuvo el avance de las Dixie Chicks como la gran esperanza blanca del Country, tras avergonzarse
Natalie de su paisano George W. Bush, en 2003, en los días previos a la invasión
de Irak. Esa frase, mitad convicción, mitad inconsciencia, las condenó al ostracismo mediático y a modestas giras por
Canadá, lejos de las ventas multimillonarias y de los ampulosos shows con los
que devastaban los Estados confederados.
Su éxito se había originado poco años antes, de la mano del
manager Simon Renshaw, un hombre que vio algo diferente en aquellas tres chicas que, en
sus comienzos, cantaban los standards de toda la vida, y no se salían del
estereotipo de cowgirls de botas, camisas con chorreras y sombrero. Por eso se las llevó de compras y las animó a probar cosas nuevas en Wide Open
Spaces (1998) y Fly (1999).
LPs de clara orientación
radio-friendly que alcanzan el disco de diamante, pero con singles que hicieron
torcer el gesto de la clase conservadora, como la cáustica “Goodbye, Earl” en
la aplaudían que una esposa maltratada asesinase a su marido, o la frenética
“Sin Wagon” de evidentes connotaciones sexuales.
Ahora bien, esas producciones palidecen
frente a su siguiente obra: el maduro Home (2002), trabajo básico para entender
el Country de las últimas décadas. Un disco, cálido y acogedor, en el que se
desnuda su sonido, y se reivindican sus raíces musicales.
Ese cambio se ve también en su
imagen. Se abandonan los looks urbanos y los videoclips en los que se quería
disfrazar su identidad, y se las viste de Monarcas del Country, con el mensaje
de somos-de-Texas-amamos-el-Country-y-estamos-orgullosas.
Se sopla el polvo de instrumentos
clásicos, se sientan en el estudio como hacían los antiguos y
tejen canciones de textura acústica y sabor bluegrass que avasallan desde el
comienzo. Porque tras el 1-2 de la tremenda “Long Time Gone” y la versión de
Fleetwood Mac “Landslide”, besas la lona con “Travelin´Soldier”, la trágica historia de amor entre el soldado
que no tenía a quién escribirle y la chica que espera que su hombre vuelva a
casa.
Te levantas como puedes y el álbum te da un respiro con las alegres “Truth No. 2” y “White Trash Wedding”,
para volver a machacarte el corazón con “A Home” y “More Love”, y
entonces, te alcanza en el mentón la embriagadora “I Believe In Love” y, de
vuelta a la lona a golpe de viola y armonías vocales.
Te pones en pie con el aliento de
la enérgica “Tortured, Tangled Hearts” y la instrumental "Lil´Jack Slade", y
aprietas los dientes para encajar los ganchos cruzados de su colaboración con
la mítica Emmylou Harris en “Godspeed (Sweet Dreams)” y la majestuosa
melancolía de “Top Of The World”.
Y llegas al final del disco con la
esperanza de ganar a los puntos, pero, hete aquí, que aparece el bonus track de
“Landslide” junto a la divina Sheryl Crow y ya el K.O. es irremediable.
Ese mismo año, se editó An Evening
With The Dixie Chicks (2002) en el que se interpreta en directo íntegramente
Home (2002), ante un Kodak Theatre rendido a las Chicks, pero no me veo con
fuerzas de subirme al cuadrilátero con él.
Una lástima que la política
cercenase la carrera de la más exitosa banda femenina de todos los tiempos y nos privase de más joyas de esta categoría.
Porque cuando la demócrata
California, llenó de Grammys su amargo Taking The Long Way (2006) fue,
más que un apoyo sólido a su música, un acto político de una Academia que
siguió ignorando la música de raíces.
El stablishment Country ya había
impuesto penitencia y las Chicks tienen pocas esperanzas de recuperar su trono
y volver a cantar el “Star-Spangled Banner” en una Superbowl.
Aún así, han vuelto a la
carretera, y ahora da igual que no cumplieran su destino.
Entérense.
El mundo es mejor cuando cantan
las Dixie Chicks.