Y no hablo del trabajo de
Cassavetes o de esos autores que querían hacer retrato social.
Hablo de la realidad disfrazada
de fantasía como una constante en el Cine desde sus comienzos.
Como cuando durante la 2º Guerra
Mundial, a Gary Cooper se le envía a animar a las tropas norteamericanas
desplazadas en Nueva Guinea. El actor, persona poco elocuente, despertaba la
emoción de los soldados, volviendo a ser el malogrado Lou Gehrig de El Orgullo
de los Yanquis (1942), en la escena de la despedida del Yankee Stadium.
Para esa secuencia, Sam Wood decidió usar casi las mismas palabras que había empleado Gehrig tres
años antes. El director sabía que no conseguiría mejores líneas que el adiós de
un hombre enfermo que agradece el tiempo compartido a compañeros, entrenadores,
periodistas y familia, y proclama que se siente el hombre más feliz sobre
la faz de la Tierra.
Otro ejemplo es la mítica El Crepúsculo
de los Dioses (1950), cuando Billy Wilder busca la actriz que interprete a la decadente
Norma Desmond, antigua estrella del Cine Mudo, olvidada por la Industria que
decide recluirse en su mansión, entre polvo, carcoma y amargura.
¿Y quién mejor para el papel que
Gloria Swanson, otrora figura cinematográfica de los años 20, venida a menos?
Además de la Swanson, Wilder pobló su Sunset Boulevard de caras del Hollywood primero:
Buster Keaton, Cecil B. DeMille, o el inmenso Erich Von Stroheim en el papel
del servil mayordomo Max.
La fusión entre lo real y lo
imaginario es total en la escena donde Norma y su joven gigoló ven una de sus
viejas películas con Max ejerciendo de proyectista, y Wilder elige que se vea
un trabajo real de Gloria Swanson, dirigido por el propio Stroheim.
Cine en el que se ve otro cine. La realidad sirviendo a la farsa.
Al menos, la Industria tuvo ese buen gesto con un Wayne que fallecería tres años después, de filmar este
epitafio que permitió al actor volver a cabalgar a su querido caballo Dollor y
enfrentarse a sus enemigos, ya que no podía derrotar ni al tiempo, ni al mal
que le roía las entrañas.
Actualmente, siguen apareciendo
muestras de este personal Cinéma vérité
como el film de semificción J.C.V.D. (2008), en el que Jean-Claude Van Damme
mira a cámara y le narra sus miserias al espectador o El Luchador (2008) de
Darren Aronofsky, relato sobre una torturada ex -figura del Wrestling que no es
más que el reflejo del declive del propio Mickey Rourke.
Así que hay que seguir atento
porque no se sabe cuando la vida volverá a rasgar la pantalla.