jueves, 24 de abril de 2014

CINEMA VÉRITÉ.


Y no hablo del trabajo de Cassavetes o de esos autores que querían hacer retrato social.

Hablo de la realidad disfrazada de fantasía como una constante en el Cine desde sus comienzos.

Como cuando durante la 2º Guerra Mundial, a Gary Cooper se le envía a animar a las tropas norteamericanas desplazadas en Nueva Guinea. El actor, persona poco elocuente, despertaba la emoción de los soldados, volviendo a ser el malogrado Lou Gehrig de El Orgullo de los Yanquis (1942), en la escena de la despedida del Yankee Stadium.

Para esa secuencia, Sam Wood decidió usar casi las mismas palabras que había empleado Gehrig tres años antes. El director sabía que no conseguiría mejores líneas que el adiós de un hombre enfermo que agradece el tiempo compartido a compañeros, entrenadores, periodistas y familia, y proclama que se siente el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra.


Otro ejemplo es la mítica El Crepúsculo de los Dioses (1950), cuando Billy Wilder busca la actriz que interprete a la decadente Norma Desmond, antigua estrella del Cine Mudo, olvidada por la Industria que decide recluirse en su mansión, entre polvo, carcoma y amargura.

¿Y quién mejor para el papel que Gloria Swanson, otrora figura cinematográfica de los años 20, venida a menos? Además de la Swanson, Wilder pobló su Sunset Boulevard de caras del Hollywood primero: Buster Keaton, Cecil B. DeMille, o el inmenso Erich Von Stroheim en el papel del servil mayordomo Max.

La fusión entre lo real y lo imaginario es total en la escena donde Norma y su joven gigoló ven una de sus viejas películas con Max ejerciendo de proyectista, y Wilder elige que se vea un trabajo real de Gloria Swanson, dirigido por el propio Stroheim.

Cine en el que se ve otro cine. La realidad sirviendo a la farsa.


En El Último Pistolero (1976), John Wayne, un envejecido outlaw al que le queda poco de vida, regresa su pueblo natal para un último tiroteo. El Oeste de principios del S.XX que se muestra en la película, con automóviles y luz eléctrica, ya no es el Far West, regido por el Duque tiempo atrás, al igual que el Hollywood de los 70 ya no es un sitio acogedor para el viejo héroe, u otros actores del largometraje como James Stewart o John Carradine.

Al menos, la Industria tuvo ese buen gesto con un Wayne que fallecería tres años después, de filmar este epitafio que permitió al actor volver a cabalgar a su querido caballo Dollor y enfrentarse a sus enemigos, ya que no podía derrotar ni al tiempo, ni al mal que le roía las entrañas.

Actualmente, siguen apareciendo muestras de este personal Cinéma vérité como el film de semificción J.C.V.D. (2008), en el que Jean-Claude Van Damme mira a cámara y le narra sus miserias al espectador o El Luchador (2008) de Darren Aronofsky, relato sobre una torturada ex -figura del Wrestling que no es más que el reflejo del declive del propio Mickey Rourke.

Así que hay que seguir atento porque no se sabe cuando la vida volverá a rasgar la pantalla.