Hace falta más gente como José
Luis Garci en este país.
Hincha del Atleti pese a haber visto jugar a Di Stéfano, seguidor del
boxeo y colaborador en amañar el 23-F.
Alguien con una voz
particular sobre la España de la Transición, que ahora comparte con los oyentes de COPE y esRadio.
El último que salió fumando en un
programa de televisión.
Un hombre que rodó las películas
que le apeteció y que hizo la machada de despedirse de la dirección con un
film inclasificable con Sherlock Holmes tras la pista de Jack el Destripador en
el Madrid del S. XIX.
Con el buen gusto de decidir nunca
aprender a conducir, y cambiar a Ana Rosa por Cayetana Guillén Cuervo.
Un tipo que se encomendó la muy noble
misión de hacer volver las películas clásicas a la parrilla televisiva y
celebrar qué grande es el Cine. Durante diez años, cada noche de lunes, se
ajustaba la corbata y junto al profesor Juan Miguel Lamet, el saber histórico
de Juan Cobos, el verbo grácil del Sr. Fiscal Eduardo Torres Dulce y el enfoque
certero envuelto en humo de cachimba de Miguel Marías, nos ayudaba a
sumergirnos en el celuloide y a soñar en blanco, gris y negro.
Transmisor de su enfermedad
cinematográfica mediante varios libros en los que continúa con su labor
pedagógica, sin que le quite el sueño el que lo tilden de
conservador y reaccionario.
Responsable de hacernos adictos al
Crack y transformar a Landa en antihéroe noir.
Sin reparos para reconocer que ya
no puede ver la escena entre Antonio Ferrandis y José Bódalo de su película más
recordada, porque le puede la pena por los amigos que se fueron.
Amante del Dry Martini y de Nueva
York, y con los reflejos para darse cuenta de lo grandioso que es
compartir fila de urinario con Jack Lemmon y Paul Newman.
Uno de esos maestros que nos
buscamos cuando terminamos la formación reglada, y que nos enseñan que lo más
importante es buscar nuestro camino, disfrutar de lo que nos gusta, y saber que
los fracasos sólo son oportunidades para volver a empezar.