-¿Qué fue primero, el huevo o
la gallina?
- Primero fue Chuck Norris.
Stallone, Schwarzenegger, Willis,
Gibson…
Esos eran los nombres que de niño
buscaba en las estanterías del videoclub. Protagonistas de monumentales
producciones de serie A, que opacaban las más modestas
películas de Chuck Norris, las cuales nunca llevé a casa.
Los años lo han dejado casi como
gag de una época perdida. Como epítome del tipo duro, básico y cavernícola, de
pocas palabras y mucha violencia.
Así que me pregunto: ¿Merece más respeto el viejo Chuck? ¿Tiene
vigencia la filmografía de este hombre, sin el cariño de la nostalgia?
¿Explotará mi reproductor de DVD (y mi cerebro) ante este estampido de
testosterona ochentera?
Para responder a estas preguntas,
me voy a servir de la colección lanzada por el MARCA, de mi valor y de mis
ganas de atracarme de la esencia cruda del actioner old school.
Prestigioso artista marcial,
Norris llamó la atención de la Industria cinematográfica tras aparecer en “El Furor del Dragón” (1972) como
némesis final del gran Bruce Lee.
Los productores norteamericanos vieron una oportunidad de oro para darle
réplica al cine oriental, con un hombre de la tierra: un fornido muchachote
rubio de Oklahoma, capaz de exhibir en pantalla toda su pericia con el karate.
Pero antes de que su nombre encabezase el reparto de los films, a Chuck le tocaría cuajarse en subproductos tales como “El tigre de San Francisco” (1974), peli cutrísima de origen hongkonés, aunque ambientada en Norteamérica, en la que Norris hace nuevamente de malo, interpretando (es un decir) a un jefe mafioso con el departamento policial en el bolsillo, al que sólo hace frente el honrado Don Wong.
Pese a tener pinta de haberse
rodado en tres días, conserva cierto encanto y es curioso ver a Chuck Norris haciendo
de villano de opereta, con su puro, su pecho peludo y su sonrisa malévola.
Lo mejor: La pelea con Wong. La agilidad del coreano frente a la
contundencia de Chuck recuerda a la lucha del “Furor del Dragón”.
Para su siguiente película, ya
como protagonista, “Breaker, Breaker”
(1977), nuestro héroe haría de un camionero (!) que cuida de su hermano
pequeño, y se ve envuelto en una trama de corrupción en un pueblo sureño.
Aquí ya se dibuja el perfil del
personaje que lo haría celebre: hombre serio, sencillo y apacible pero de
métodos expeditivos cuando la ocasión lo requiere. Con todo, la acción tarda en
llegar y desprende un tufillo televisivo que la emparenta con un capítulo de
los Duques de Hazard venido a más.
Lo mejor: El ambiente de western, el ataque de los camiones y la
exhibición de patadas que despliega Chuck.
El modesto éxito que cosechó,
hizo que participase en un proyecto de mayor caché y, un año después, se
estrena “Los valientes visten de negro”
(1978). Los tratados de paz con
Vietnam del Norte se firmaron a cambio de que, años después, se acabase con el
comando de élite norteamericano, los Tigres Negros. Su antiguo líder, el Mayor
John T. Booker (Norris), luchará porque se descubra la verdad, aunque tenga que
llegar hasta la cúpula del poder de Washington.
Chuck reconocería en su autobiografía (“Against All Odds”) que los consejos de sus compañeros de reparto (James Franciscus, Anne Archer, Lloyd Hanes…) le ayudaron a darle mayor empaque a su papel y considera esta película, el primer “Chuck Norris film”.
Lo mejor: La mitiquísima patada atravesando el parabrisas del
coche, y la escena de Harolds (Dana Andrews), con su batín y su distinción empapada
en whisky, divagando sobre política exterior de EE.UU.
Después llega “Fuerza 7 (A force of one)” (1979). En
ella, Logan (Chuck Norris), campeón mundial de karate, decide colaborar con la
policía, tratando de desbaratar una organización de contrabando de drogas, que
opera en una pequeña ciudad californiana.
Más detectivesca que de acción,
pese a su desarrollo convencional, resulta agradable de ver, y llama la
atención cómo estos films primarios, ya apuntan los temas que, posteriormente,
se desarrollarían en sus títulos más conocidos: la guerra de Vietnam, la lucha
policial contra el trafico de drogas, el mundillo de las artes marciales y la
venganza como camino del héroe solitario.
Lo mejor: El combate con la leyenda del kickboxing, Bill Wallace, su
falta de pretensiones, y la simbólica escena de Chuck destrozando una caja
llena de droga (¿cómo no?) de una patada.
“Duelo Final” (1980), ninjaxplotation
un tanto aburrida, sin apenas peleas y que abusa del punto débil de Norris: actuar.
La película es un batiburrillo de terrorismo internacional, ninjas (pocos), y
demasiado romance para un producto de estas características.
Lo mejor: Lee Van Cleef y su pendiente, y el acertado recurso de la
voz en off para cubrir las limitaciones actorales de Norris.
Mejor resultado daría su
siguiente proyecto, “Golpe por golpe”
(1981). Chuck, vuelve a San Francisco para ponerse en la piel del duro agente
de narcóticos, Sean Kane. El cual, tras la muerte de su compañero, asesinado en
una operación fallida, abandona el Cuerpo de Policía, esperando averiguar quién
les traicionó y poder impartir justicia: su justicia.
Su film de mejor factura hasta el momento, el reparto está lleno de caras conocidas tales como Richard “Shaft” Roundtree, Mako, el inmenso Toru Tanaka, o todo un Christopher Lee en el papel de líder de la Triada.
Lo mejor: Las andanzas de Norris y Mako por Chinatown, Tanaka
contra el Volkswagen Escarabajo y los majestuosos planos de la ciudad de la
Bahía.
Al año siguiente, se estrena una
inesperada incursión de Chuck Norris en el terror. Tras acabar con delincuentes
como traficantes, ninjas, o polis corruptos, en “Furia Silenciosa” (1982), el adversario de Chuck es un psicópata modificado genéticamente que siembra el terror en una pequeña
localidad tejana, únicamente defendida por el sheriff Dan Stevens (Norris).
También cuenta con la presencia del añorado Ron Silver como honesto psiquiatra que se niega a participar en este moderno experimento de Frankenstein.
Lo mejor: El ser un refrescante crossover entre el slasher y las
películas de karate.
“Marcado para morir” es una de
las favoritas de los fans, pero fue un fracaso económico que llevó a que Chuck
Norris se desvinculase de la Metro Goldwyn Mayer y tuviese que volver a buscar
financiación en pequeñas compañías para su siguiente trabajo.
Rodadas a la vez, "Desaparecido en Combate 2" (1985) fue inicialmente ideada para ser la primera parte, pero Menahem Golan vio más potencial comercial en el regreso de Braddock a Vietnam, por lo que, al final, terminó ejerciendo de precuela.
Lo que aquí se narra (y ya se veía en “Desaparecido en combate” (1984) en forma de flashbacks) es la reclusión del coronel y sus hombres en el campo de prisioneros dirigido por el sanguinario Yin (Soon-Tek Oh). El resultado es para mí, superior a su predecesora. Con pocos medios, se dota de profundidad a la historia de los soldados torturados en escenas difíciles de olvidar por su dureza que le dan un tono adulto a la película.
Cuando Braddock consigue escapar, su deseo de venganza será incontenible y la noche se cernirá sobre los malvados vietnamitas, entre los que se encuentra Toru Tanaka, que repite con Norris tras “Golpe por golpe” (1981).
Por su parte, “Marcado para morir” (1982) es un retorno a los parámetros
típicos del cine de Norris. Venganzas, peleas callejeras, persecuciones,
mujeres encandiladas por la virilidad sin límites de Chuck… Aunque esta vez, el argumento se desarrolla en el exótico Hong Kong, donde Norris es Josh Randall, jefe
de seguridad de un casino, hostigado por una familia mafiosa que quiere utilizarlo
como tapadera de sus negocios sucios.
Lo mejor: La inolvidable secuencia
de créditos con las siluetas peleando ante los neones, su potente Banda Sonora,
y las calles de Hong Kong como un personaje más de la película.
En 1983, llega “McQuade, Lobo Solitario”. Esta vez, Chuck se cala el sombrero del Ranger, J.J. McQuade. Sus brutales métodos
de trabajo no son del agrado de sus superiores, pero es el único hombre de
Texas capaz de acabar con una red de tráfico de armas dirigida por Rawley
Wilkes (David Carradine). Cuando los criminales amenazan la vida de la hija de
McQuade, lo convertirán en algo personal: grave error.
Spaghetti western contemporáneo con un Norris, medio alcohólico y lleno de mugre, más turbio, más
rudo, no tan “blanco” como el de films anteriores.
Lo mejor: Chuck y Barbara Carrera retozando en el barro, su
violencia sin complejos, McQuade volviendo de la tumba con su 4x4, y la pelea
con David Carradine, el otrora Kwai Chang Caine de la serie “Kung-Fu”
(1972-1975).
Los 80: Reagan, la Cannon y el defensor de América.
Hasta ese momento, hay que
reconocer que Chuck Norris era la verdadera fuerza impulsora de sus películas,
ya que se encargaba tanto de vender sus proyectos en las productoras como de obtener una buena distribución. Pero
todo eso cambiaría tras recibir la llamada telefónica del capo de la Cannon,
Menahem Golan.
Golan había conseguido un gran
éxito resucitando la saga “Death Wish” de Charles Bronson, y quería sumar otra
estrella de Acción a la nómina de su productora. Por sus manos pasó el libreto
de “Rambo: Acorralado Parte II” (1985)
y decidió contar a su modo, la historia del veterano que regresa a Vietnam para
liberar a los soldados retenidos en campos de concentración. Para ello, el ya renombre
de Norris, su pasado militar y su habilidad en la lucha cuerpo a cuerpo lo hacían
ideal para encarnar al coronel James Braddock.
En mi opinión, aunque sea el título más reconocido del actor, no me entusiasma y pienso que el director Joseph Zito hace deambular el film por terrenos bastante convencionales, sin la chispa de producciones anteriores.
A pesar de eso y de subirse descaradamente a la ola de la rambomanía, “Desaparecido en combate” (1984), fue un taquillazo, tanto en las salas como en videoclub, e hizo popular el nombre de Chuck Norris en todo el mundo.
Lo mejor: El que el hieratismo de Norris encaje tan bien en la personalidad traumatizada del protagonista y la famosa escena de Braddock saliendo del agua con su M-60, para ametrallar a los vietnamitas.
Rodadas a la vez, "Desaparecido en Combate 2" (1985) fue inicialmente ideada para ser la primera parte, pero Menahem Golan vio más potencial comercial en el regreso de Braddock a Vietnam, por lo que, al final, terminó ejerciendo de precuela.
Lo que aquí se narra (y ya se veía en “Desaparecido en combate” (1984) en forma de flashbacks) es la reclusión del coronel y sus hombres en el campo de prisioneros dirigido por el sanguinario Yin (Soon-Tek Oh). El resultado es para mí, superior a su predecesora. Con pocos medios, se dota de profundidad a la historia de los soldados torturados en escenas difíciles de olvidar por su dureza que le dan un tono adulto a la película.
Cuando Braddock consigue escapar, su deseo de venganza será incontenible y la noche se cernirá sobre los malvados vietnamitas, entre los que se encuentra Toru Tanaka, que repite con Norris tras “Golpe por golpe” (1981).
Lo mejor: la tortura de la rata, Braddock y el lanzallamas, la refinada crueldad de Yin y el saber recoger el sentir del pueblo norteamericano que busca quitarse la espina de la guerra perdida mediante el cine.
Un año después, Chuck interrumpe temporalmente su colaboración con la Cannon para rodar la magnífica "Código de Silencio" (1985). Aquí retoma el género policíaco y viaja a una Chicago envuelta en una guerra mafiosa entre italianos y colombianos por el control del tráfico de cocaína. El único que hace frente a la omertá o código de silencio, es el sargento Eddie Cusack (Chuck Norris), un poli que no se deja entrampar por la corrupción y que sólo se rige por su inquebrantable sentido del deber.
Quizás más para Bronson que para Norris, pero aun así, un muy disfrutable film que no sería más ochentero aunque John Hughes le vomitase encima.
Lo mejor: Un tremendo (aunque escaso) Henry Silva como capo de la familia Comacho, la escena en la que Chuck le empurra la cara a un criminal en un espejo de cocaína, y el final, con el mano a mano de Eddie Cusack y el robot-policía, contra los colombianos.
Un año después, Chuck interrumpe temporalmente su colaboración con la Cannon para rodar la magnífica "Código de Silencio" (1985). Aquí retoma el género policíaco y viaja a una Chicago envuelta en una guerra mafiosa entre italianos y colombianos por el control del tráfico de cocaína. El único que hace frente a la omertá o código de silencio, es el sargento Eddie Cusack (Chuck Norris), un poli que no se deja entrampar por la corrupción y que sólo se rige por su inquebrantable sentido del deber.
Quizás más para Bronson que para Norris, pero aun así, un muy disfrutable film que no sería más ochentero aunque John Hughes le vomitase encima.
Lo mejor: Un tremendo (aunque escaso) Henry Silva como capo de la familia Comacho, la escena en la que Chuck le empurra la cara a un criminal en un espejo de cocaína, y el final, con el mano a mano de Eddie Cusack y el robot-policía, contra los colombianos.
En
1985, la pesadilla de Ronald Reagan toma forma y la tierra de la libertad es
invadida por un ejercito terrorista liderado por Mikhail Rostov (Richard Lynch)
y su secuaz cubano Nico, sembrando el caos en Miami mediante violentos atentados.
Sólo el ex agente de la C.I.A., Matt Hunter (Chuck) puede frenar a los que
quieren dinamitar el american way of
life.
En "Invasión U.S.A" (1985), esta
vez sí, la cámara de Joseph Zito acierta y consigue crear un surrealista
Miami de cartón-piedra, que se torna en aquelarre de pólvora, sangre y
desolación. Todo eso, salpimentado con una batería de frases lapidarias marca
de la casa ("Cualquier noche cerrarás
los ojos y cuando los abras, yo estaré allí. Y habrá llegado tu hora.").
"América lleva 200 años sin haber sido invadida por ningún ejército enemigo. Míralos...frágiles...una civilización decadente...ellos son su peor enemigo, pero no lo saben.
Esta noche haremos Historia.
América será un lugar diferente. "
Lo mejor: El duelo de maldad entre Richard Lynch y Billy Drago, la batalla en el centro comercial, el duelo de bazookas, que los años la hayan convertido en una imprescindible deconstrucción del género, y que inaugure la edad de oro del cine de Chuck Norris.
Chuck Norris volverá muy pronto a la Triple Amenaza...