domingo, 6 de mayo de 2018

BOSTON CELTICS. CUESTIÓN DE ORGULLO.


 
En el particular juego de tronos que se disputa en la Conferencia Este en pos de la corona de King James y sus Cavs, entre el desvergonzado tanking de los Sixers, y la apuesta sin alma de los Raptors, destacan unos Boston Celtics que han demostrado que en la siempre cambiante NBA conceptos como tradición, coraje y EQUIPO siguen estando vigentes.

Y eso que poco se les podía exigir a los Celtics cuya temporada comenzaba con la gravísima lesión de tibia y tobillo de su flamante incorporación, el alero All Star Gordon Hayward, y continuaba con la salida de la rotación de su otra gran estrella, un Kyrie Irving que llegaba de los Cavaliers para liderar el proyecto ganador de Boston.

En otras franquicias, esto hubiera servido de excusa para justificar una honrosa eliminación en primera ronda de playoffs y esperar volver al siguiente año con la plantilla sana. No obstante, con nada que perder, el entrenador Brad Stevens decidió recrear el milagro de Butler, aquella minúscula universidad con la que se atrevió a plantarle cara a los gigantes de la NCAA, y está exprimiendo un roster con más talento y hambre del aparente, a primera vista.

En la plantilla destacan la experiencia de Al Horford, la tenacidad defensiva de Marcus Smart y sobre todo, la explosión del jugador sophomore Jaylen Brown que forma dupla de éxito con el small forward Jayson Tatum.  Un Tatum que no suena tanto como Donovan Mitchell o Ben Simmons para el premio de Novato del Año pero que está demostrando su enorme calidad en la postemporada.




Como si fueran dos caras de una moneda, donde Brown aporta físico e intensidad, el ex de Duke ofrece clase y fundamentos a una causa verde que también cuenta con la velocidad y el descaro del base Terry Rouzier III que, en apenas dos años, ha pasado de jugar en la D-League a ser clave en la eliminación en primera ronda de unos vistosos Milwaukee Bucks que no pudieron con el peso del orgullo de los Celtics.

Un orgullo mostrado anoche en un ardiente Wells Fargo Center de Philadelphia que no impresionó a unos Boston que enseñaron las costuras del autoproclamado futuro de la NBA y que ya acaricia las Finales de Conferencia.
 


Justo premio para el General Manager Danny Ainge, tan listo en los despachos como lo fue en la cancha y que, cuando ya no estaba de moda fichar entrenadores universitarios, decidió darle las llaves de los míticos Celtics a un hombre de treinta y seis años que seguro que pronto contribuirá a subir una nueva banderola al abarrotado techo del Garden de Boston.