La llegada de James Harden a los Nets sigue la tendencia iniciada años ha, por los Heat de los Wade-Bosh y Lebron y continuada más recientemente por Warriors, Lakers, Clippers… y que no es más que juntar estrellas en un mismo equipo a fin de luchar por el anillo a cortísimo plazo.
No obstante, donde en otros casos, se comentaba que estos movimientos descompensaban la competición y que casi era un abuso que la NBA no debía permitir. Esta vez, lo que despierta este traspaso son recelos acerca de la química entre Kyrie Irving, Kevin Durant y el recién llegado Harden, jugadores pletóricos de calidad pero con un historial de ser presencias complicadas en el vestuario.
Nadie duda del talento del point guard australiano, estando sano, sin embargo, más allá de su rodilla, preocupa la cabeza de un Irving que se apartó de la disciplina de los Nets, por motivos que no se han aclarado, para después dejarse ver en una fiesta sin llevar mascarilla. Una más de un jugador con salidas convulsas de Cavs y Celtics, que defiende que la Tierra es plana y al que se le ha visto realizando rituales Sioux para espantar los malos espíritus por la cancha del Garden de Boston.
Kevin Durant no ha caído en las excentricidades de su compañero pero sí, actualmente, transmite un aura de frustración, impropia de todo un MVP de temporada regular y de la Finales. Una amargura que arrastra desde que lo tildaran de mercenario por abandonar a los Thunder y unirse al equipo que los había eliminado en Playoffs. Una decisión que lo convirtió, instantáneamente, en el villano de la NBA, algo que los dos anillos ganados no ha cambiado.
Para colmo, de Golden State también salió mal: con una lesión grave y harto de unos Warriors que nunca le hicieron olvidar que ya habían ganado el anillo sin él. Su llegada a los Nets, se suponía que iba a ser la demostración de que podía ser líder y ganar solo. No obstante, ese proyecto de redención de pronto torna en nuevo Big Three con la llegada de su antiguo compañero de Oklahoma y triple máximo anotador de la regular Seaton, James Harden.
Un Harden que ya no es aquel sexto hombre al que se le culpó de la Final perdida en 2012, sino que es una superestrella que trae de Houston, su magia anotadora pero también su fama de divo, acostumbrado a decidir horarios de entrenamiento, fichajes de jugadores o si los Rockets pasaban la noche en la ciudad en función del nivel de los clubs de striptease.
Alguien que, en principio, no parece el más indicado para formar parte de un proyecto que necesita del esfuerzo y la humildad para conseguir que los Brooklyn Nets sean EQUIPO.
A todo esto se suma la inexperiencia en los banquillos del otrora genio como base de Mavs y Suns, el gran Steve Nash y la sombra del fracaso de los Nets en un proyecto similar: el de los Brooklyn 2012, de los Joe Johnson, Deron Williams, Kevin Garnett y Paul Pierce.
En aquella ocasión la edad y las lesiones impidieron que fueran claros aspirantes. También tenían a un novato en el banquillo (la leyenda de la franquicia, Jason Kidd) y mucha prisa por ganar.
Habrá que esperar para comprobar si la resolución es la misma y los Dioses del basket castigan a los que buscan atajos hacia la Gloria o, por el contrario, el talento se impone.
Hasta entonces sólo queda darle la razón Woody Allen, un ilustre nacido en Brooklyn: "Vivo en Nueva York porque allí encuentro las cosas por las que merece la pena vivir: muchos museos, un Fetuccini decente y la posibilidad de disfrutar de la NBA cada noche...".
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