En 49 estados es sólo basket.
Pero esto es Indiana.
Proverbio Indiano.
Los de Michigan le habían dado
una cachetada a la conferencia Oeste que ya no miraba con cariñosa benevolencia
a los vecinos de enfrente y su catenaccio
de sudor y cemento.
El GM Larry Bird pensaba que sus
Pacers, líderes de la NBA, jugaban con mejores cartas que Detroit: Ron Artest y
su premio a mejor defensor del año, la confirmación del pívot All-Star Jermaine
O´Neal, la vuelta de tuerca de contar con el ardor guerrero del alero Stephen
Jackson y, en el banquillo, Rick Carlisle y su recto cartapacio de
basket-control.
Con lo que no contaba Larry Legend es que la tolerancia a la
frustración de su plantilla caminaba por un alambre que se rompió un 19 de Noviembre de 2004.
Las peleas dentro de la cancha son un apreciado condimento para el espectador, lo que no tolera la NBA es perder los dólares de un público wasp que los dejará de pagar si piensa que con la entrada se sortea una paliza de Ron Artest.
La maldición del Palace ha pesado hasta hoy sobre la franquicia, desbaratando los continuos intentos de borrón y cuenta nueva, hasta el punto de que ya se veían meigas por los pasillos del Bankers Life Fieldhouse de Indianápolis.
Con el ánimo de espantarlas, mediada la presente temporada, se han librado del último jugador de aquella época que permanecía en el roster, un marginal Jeff Foster, como sacrificio que permita vislumbrar un equipo que centre las miradas de un estado que respira baloncesto, pero que no vibra con Indiana Pacers.
Claro ejemplo de esto, es el recuerdo de un alucinado Jasikevičius, que no entendía cómo en las conversaciones de bar, se mezclaban al mismo nivel, los Hoosiers de Indiana University con resultados de partidos de instituto o los fichajes Pacers.
Esta actitud inspiró a Bird para formar una plantilla joven, cercana al basket colegial, que encandile a los fans que hacen zapping cuando su equipo NBA sale en TV, y que no llenan el pabellón.
El buen ojo del antiguo número 33 de los Celtics, ha conseguido exprimir uno de los presupuestos más bajos de la liga hasta poder vestir de amarillo y azul la clase en la pintura del power forward David West, el sufrimiento de Ty Hansbrough, la ambición del capitán Danny Granger, la sangre del base George Hill, natural de Indianápolis que regresa tras hacer la mili con Popovich, el escolta oversized Paul George o, la esperanza que albergan los 2,18 m. del jamaicano Roy Hibbert, ex Georgetown, Alma Mater de centers tales como Pat Ewing, Alonzo Mourning o Dikembe “Memorias de África” Mutombo.
Equipo compensado en todas sus posiciones con la oportunidad ideal de luchar por la final NBA como representante de una Conferencia Este, asolada por las lesiones.
El problema vino por un detalle que se le escapó al Mejor Ejecutivo del Año. Indiana Pacers tenía una buena mano de cartas pero ningún rey en coronas. Muchos 7s, pero ningún 10, buenos jugadores pero ningún puntal A que cambie el rumbo de un partido en contra, cuando más aprieta el calor.
Esto hizo que la responsabilidad
fuese un balón que se pasase sin cesar entre los verdes Pacers, mientras reprimían sus
ganas de lanzarlo al puesto de comentaristas donde a un retirado Reggie Miller,
seguro que no le pesa la presión de un último tiro ganador.
La historia termina con los Miami Heat en la final de conferencia y Larry Bird llamando blandos a sus jugadores, mientras los vuelve a meter en el horno y reza para que la maldición del Palace no los visite el próximo año.