-“No sé para qué venimos, doctor.
Esto no está sirviendo para nada. Este hombre sigue igual de parado y no hace
lo que tiene que hacer, y mira que yo se lo digo todos los días porque
blablablablablablabla…”-
Es curiosa la manía de los
pacientes de referirse a los terapeutas de pareja como doctores. Quizás les da
seguridad el identificarnos con una figura de autoridad como son los médicos.
En el caso de esta usuaria, no creo que escuche demasiado ni a su propio médico
de cabecera y me la imagino diseñando su propio diagnóstico, mezcla de lo escrito en la receta de la Seguridad Social y lo que le dice por teléfono esa amiga curandera que hace
rezados para el mal de ojo.
62 años, ama de casa y madre de
dos hijos que pronto huyeron del neurótico ambiente familiar. Convive con su
madre octogenaria de la cuál seguro heredó ese gusto por amargarle la vida al
que tiene al lado, en este caso, su marido.
Como terapeuta te entrenan para
no mostrar mayor empatía por ningún miembro de la pareja, ya que esto podría
perjudicar el alcanzar compromisos en la mejora de la dinámica familiar. Sin
embargo, era imposible no empatizar con este pobre diablo que te miraba con
ojos de cachorro abandonado, pidiendo que le echases una mano con lo que se le
venía encima.
-“Cuando nos conocimos no era así.
Era muy dulce…recuerdo que salíamos con el coche y hablábamos durante
horas…Después de casarnos empezó a cambiar, se volvió maniática, todo le
molestaba…” -
Estos comentarios me los hace en
sesiones individuales, mientras su esposa cotillea las revistas de la sala de
espera o busca motas de polvo en el marco de los cuadros. Hace tiempo que dejó
de ser sincero con su mujer. La convivencia con ella le fue limando la
autoestima y le arrojó a los
brazos de la medicación psiquiátrica. Tras años de píldoras por la mañana y por
la noche, lo que antes había sido un hombre, ahora era un niño asustado por su
próxima jubilación y el tener que pasar sus últimos años entre silencios
helados y tormentas de desprecio.
-“¡Ayúdeme, doctor! Yo no puedo
con ella. Hable usted con mi mujer y haga que cambie.”-
Pese a que el objetivo debe ser
siempre el que mejore la pareja y se deben evitar las rupturas. En
este caso, le aconsejé lo siguiente:
-“Hay veces en las que hay que
dejar atrás lo que nos hace infelices. Veo difícil que ella cambie a estas
alturas, y la vida no debe ser aguantar, sino disfrutar. En su caso, debería cortar por lo sano y
terminar la relación.”-
Tras unos segundos de silencio,
se levantó me dio la mano y se despidió hasta la siguiente sesión. Note un
apretón más firme de lo habitual y que caminaba por el pasillo de la consulta
más erguido, como si se hubiera quitado un peso de encima.
A la semana siguiente, apareció
solo, sin su esposa y me dijo:
-“Gracias , doctor. Pensé en lo
que me dijo y esta mañana por fin lo hice. Corté por lo sano. Me siento mejor.
Gracias.”-
Entonces fue cuando vi el cuchillo que goteaba en su mano.
Vaya, intenso. Por momentos me recordó a la fantástica prosa de mi adorado Juanjo Millás. Y eso ya es más que suficiente. Deberías explorar este género alguna vez más. Por mi parte, objetivo cumplido con creces.
ResponderEliminarGracias, hombre. La verdad que no he leído nada de Juanjo Millas, pero trataré de echarle un vistazo. Está bien lo de escribir relatos, pero no es lo mío. Se lo dejaré a los que saben. :)
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