No fue la primera, pero sí la mejor. Antes se habían estrenado
Acorralado (1982), y Terminator (1984), que se desvinculaban del género de Aventuras, del Policíaco, o del
Bélico, y marcaban las líneas maestras de lo que se comenzaba a llamar Cine de
Acción. Historias de planteamiento sencillo y ritmo vertiginoso, en las que el
antihéroe solitario lucha por vencer al enemigo superior y salvar a la chica,
en medio de un huracán de persecuciones, explosiones y balas.
Incluso el humor ya se había
añadido a la mezcla en la icónica Arma Letal (1987). No obstante, en La Jungla
De Cristal (1988) confluyen una serie de claves que han hecho que el resto de
Action movies sueñen con alcanzar ese aura de clásico definitivo que estos 25
años le han otorgado al film de McTiernan.
Del libro Nothing Lasts Forever, de Roderick Thorp, cuyo personaje principal
ya había sido llevado al cine en la piel de Frank Sinatra, se
extrae una historia que comienza con el sargento-detective John McClane
viajando a Los Angeles para visitar a su familia en Navidad. Tras reunirse con su
esposa en la sede de la multinacional japonesa en la que trabaja esta, hace su
aparición un grupo de asalto paramilitar, al compás del Himno De La Alegría de
Beethoven y del rugido de sus Heckler & Koch MP5. Anyway, no contaban con
la presencia de un hombre que decide enfrentarse a ellos, únicamente armado con
su instinto de poli de Nueva York, su sarcasmo, una capacidad infinita para
soportar el dolor, una Beretta, un paquete de cigarrillos alemanes y un par de
huevos.
El papel protagonista pasó por
las agendas de Arnold, Sly, Nick Nolte, Burt Reynolds (!) y Richard Gere (!!)
hasta que se le adjudica a un actor cómico de T.V., un tal Bruce Willis que buscaba saltar a la gran pantalla, y que fue camuflado en la carátula por la desconfianza que
los productores tenían en que él solo pudiera aguantar la película.
No obstante, ese aparente missmatch, no empeora y sí enriqueceunos fantásticos 131 minutos de puro
entretenimiento que han engendrado un rebaño de largometrajes que repitieron ad nauseam su misma fórmula.
Y es que el
héroe contra terroristas en un único entorno, es un argumento que viaja por
Alerta Máxima (1992), Pasajero 57 (1992), Speed (1994), Muerte Súbita (1995),
La Roca (1996)…hasta llegar a Objetivo: La Casa Blanca (2013), que,
directamente, fusila el guión de La Jungla de Cristal.
No se dan cuenta que, aparte de
la historia, lo que atrae de esta película es la masterclass de John McTiernan
tras las cámaras, que crea una maquinaria infalible de nervio, agilidad y
espectáculo visual. Nada que ver con el mareante frenesí para adolescentes de un género, que hoy sigue perdido en su obsesión por el bigger,
higher, faster.
Incluso la propia saga Die Hard se ha
contagiado por este declive, en unas últimas secuelas en las que Willis pasa de ser un hombre corriente en el sitio incorrecto en el momento equivocado, a transformarse paulatinamente en un imparable
Golem calvo.
Lo más que se acerca al personaje
original es su socias, el cochambroso detective Joe Hallenbeck, de la inigualable El Ultimo Boy Scout
(1991), similar a McClane en ingenio, testosterona y frases
lapidarias por minuto. Tipos desastrados en tiempos de dioses nórdicos y armaduras de ultratecnología, pero cuya humanidad es una inspiración para el espectador.
Por eso yo siempre querré que me proteja John McClane.
El que se veía acojonado cuando
escucha las primeras ráfagas de ametralladora, el que se arranca los cristales
de la planta de los pies y le ruega al sargento Powel que le pida a Holly McClane
Gennero que lo perdone.
Yo me quedo con ese cínico de incipiente alopecia y camisilla Imperio, insolente y
derrotado por la vida, pero siempre dispuesto a luchar por liberar al Nakatomi Plaza de las garras del luciferino Hans Gruber.
Siempre, aceptando su responsabilidad ante la adversidad.
¿Qué desearía tomar esta noche? Espero que haya disfrutado de su
última experiencia.
Si, si. La verdad es que me he divertido mucho en mi periplo por
Whitechapel (2009-2013) y ahora me siento huérfano de una serie que me caliente por las
noches. ¿Qué tiene usted para mí?
Pues... si le gustó Whitechapel, ahora tenemos en cocina Drácula
(2013-??) de la NBC. Una revisión de las andanzas del monstruo creado por
Bram Stoker, en la cuál el nosferatu viaja al Londres victoriano para vengarse
de una Orden secreta que le arrebató a su gran amor y le condenó a vagar como
no-muerto.
Suena bien. ¿Y quién es él?
A Drácula lo interpreta el bello Jonathan Rhys-Meyers, conocido en las
ondas catódicas por su papel de Enrique VIII en Los Tudor (2007-2010).
Si, y conocido por beberse hasta los botes de colonia.
Jeje... Como le decía, ésta revisión modifica lo
planteado en el libro y machacado en las numerosas películas posteriores, con
curiosas variaciones de la trama básica y de los personajes clásicos de Mina,
Lucy, Van Helsing y hasta del propio Drácula que ejerce de malévolo y cruel protagonista,
similar al de los cómics de la Marvel de los 70s.
Ya, ya...Aún así todavía no le veo el parecido con Whitechapel. No
estará usted intentando colarme gato por liebre. ¿Cómo va de audiencia?
Mire, le voy a ser sincero, no está yendo muy allá y hay dudas sobre
producir una segunda temporada.
Hombre, por favor.¿Cómo me hace usted eso? Me engolosina para después
dejarme con los dientes largos, nunca mejor dicho.
Oiga, caballero. Quizás prefiera una ración con las 15 temporadas de Urgencias (1994-2009) para quedarse satisfecho.
No se ponga así tampoco. Es verdad que la ley de la audiencia no debe ser el
único criterio y hay joyas por ahí de temporada y media, que están la mar de bien.
Tráigala pa'ca, pero hágame el favor de recomendarme otra cosa, por si me quedo
con ganas.
Muy bien. Para combinar con la negritud carmesí de Drácula, le sugiero
un plato de sabroso pollo frito con pan de maíz y budín de batata. Una serie centrada en la lucha generacional entre dos cantantes, mezclándose con tramas políticas, conflictos amorosos, sueños de fama y mucho,
mucho Country. Una serie para ver, pero, sobre todo, para oír y dejarse envolver por el encanto de Nashville (2012-??).
Puff, tiene pinta de culebrón,
aún así igual lo intento ya que a mí me destetaron con Dinastía
(1981-1989) y Falcon Crest (1981-1990),
y me ENCANTA el Country.
Pues si le gusta, ésta es su
serie. En ninguna otra parte encontrará más información sobre los entresijos de
la actual escena, con frecuentes canciones y referencias a artistas de la zona, y visitas a lugares emblemáticos como The Bluebird Cafe o al templo del Country, The Ryman Auditorium. No es la
serie perfecta, hay subtramas aburridas y cierta artificiosidad que impide que olvides que estas viendo ficción. Aún así, merece la pena por sus protagonistas: la milf Connie
Britton como Country Queen madura es un acierto de casting tremendo y Hayden
Panettiere, la inolvidable cheerleader de Héroes (2006-2010), sabe darle
fragilidad a su papel de ambiciosa nueva estrella musical.
Ok, ¿Temporadas?
Una concluida de 21 capítulos y otra a mitad con 10 episodios emitidos.
Digital + ha comenzado a echarla por lo que podrá optar entre la versión
doblada y la v.o.s.e., que siempre es más sabrosa.
Bueno, le voy a dar una oportunidad. Póngamela con la de Drácula que me
voy a pegar una maratón el fin de semana, y ya le digo.
Una de las llamadas medidas
morales que introdujo Mijail Gorbachov en la U.R.S.S. fue la lucha contra el
alcoholismo. Se limitaron las ventas de bebidas alcohólicas, se persiguió a los
ciudadanos que diesen muestras de embriaguez en la vía pública o en su trabajo,
se censuraron las escenas de borrachera de las películas… y se organizó en la
capital un festival de música para apoyar la lucha internacional contra las
drogas, en asociación con la Fundación Make A Difference.
Dicha fundación era dirigida por el traficante convicto y manager de rock, Doc McGuee, y formó parte de una condena
aplicada a McGhee, tras tratar de introducir varias toneladas de marihuana en
Carolina del Norte. Así mismo, en ese festival actuaron Sebastian Bach, Richie
Sambora, Ozzy Osbourne y todos los Mötley Crüe, que nunca han sido ejemplo de sobriedad.
Anyway, el llamado Moscow Music Peace Festival ´89, evento culmen y a la vez, canto
del cisne del Glam Metal, llevó a lo
más vistoso de ese estilo al corazón del comunismo, en un célebre vuelo que
viajó “cargado” no sólo de instrumentos ymúsicos.
Cosas del Hard Rock 80.
En aquel cartel de infarto que
congregó a 240.000 metal heads soviéticos al Lenin Central Stadium, aparecían como
grandes atractivos los punteros The Scorpions, Bon Jovi y los Crüe; Ozzy ejerciendo de
padrino de todos ellos; y nuevas promesas tales como los anfetamínicos Skid Row
y una banda de Philadelphia de imagen espantosa, que ofrecía una personal visión del género,
haciéndole amplio hueco al blues y al rock sureño.
Un grupo especial que permanece
como un secreto para muchos amantes del rock n´roll que aún no han tenido la suerte de conocer la música de Cinderella.
Tras ser descubiertos por Jon Bon
en el Club The Empire, de Philly, este les recomendó a Mercury Records, que les
publica su debut, Night Songs (1986). Con un hard rock eficaz pero, quizás demasiado incrustado en su época, se dan a conocer con el
lascivo single “Shake Me” y saltan a la fama por la frecuente rotación que la
balada “Nobody´s Fool” tiene en la MTV.
En el clip, se resaltan las
cualidades del alma y líder de la banda, Tom Keifer: su porte ambiguo,
semejante a un Steve Tyler gótico, su enorme feeling como guitarrista, su buen
gusto como compositor, y, sobre todo, una garganta venenosa, imposible de
confundir.
Virtudes que despliega en sus giras con Bon Jovi, Poison o David Lee Roth, colocando a Cinderella como la
gran esperanza del rock de la Costa Este, frente a la marea de glam rockers que
pueblan Sunset Strip.
Esto, y los tres millones de
copias del Night Songs (1986), les da libertad para intentar zafar de modas a
su segundo LP, el poderoso Long Cold Winter (1988).
La evolución se percibe desde la
intro blusera de la inicial “Bad Seamstress Blues-Fallin´Apart At The Seams”. Los
slides, el repiqueteo del birimbao y el fraseo de la armónica inundan la
canción hasta que rompen las guitarras eléctricas como muestra del sueño de
Keifer: unir pasado y presente, y enchufarle más voltios al sonido de Stones,
Aerosmith, ZZ Top y las bandas de blues-rock americanas.
Su segundo tema, el single “Gypsy
Road”, una de los favoritas de los fans, nos deja un riff y un estribillo
inolvidables, y antecede a la power ballad del álbum, “Don´t Know What You Got(Till Its Gone)”.
Aquí no hay revisión del pasado y
se factura una canción, sentida y hermosa, pero que sigue el ABC de las baladas
de su época.
Eso sí, dio pie a uno de los
momentos definitivos del rock de los 80s. Cuando en los shows de Cinderella se
tocaba “Don´t know..” , la audiencia debía levantar la vista para contemplar
cómo una plataforma descendía desde el techo con Keifer tocando un enorme piano
de cola blanco.
Sublime.
Tras ella, destacan la melodía de “The Last Mile”, el espíritu de Led Zeppelin apareciéndose por los
surcos de la grandiosa “Long Cold Winter”, y composiciones de calidad (“If
You Don´t Like It” ,“Fire And Ice”), aunque más convencionales donde se ve que
todavía no han cortado amarras con su primer trabajo.
Mención aparte merece la conmovedora
“Coming Home”, y su sensibilidad acústica
recubierta de piel eléctrica.
Con su tercer larga duración, mi
adorado Heartbreak Station (1990), se dobla la apuesta y se le cose a la bandera
sudista de la Unión, toques Soul
en coros de voces negras e instrumentos de viento, con resultado
avasallador.
La abrasiva “The More Things
Change”, el entusiasmo que destila “Shelter Me”, el emotivo crescendo de
“Heartbreak Station”, el duelo al sol que evoca “Dead Man´s
Road”…joyas que fueron ignoradas por un público que comenzaba a mirar a
Seattle. A esto se le une la interrupción del Heartbreak Station Tour, cuando Tom escupe sangre en un ensayo y se le diagnostica una grave afección en las
cuerdas vocales, de la que le ha costado recuperarse, varios años de cirugía y entrenamiento.
El fracaso deStill Climbing (1994) condena a
Cinderella, un grupo nacido para la gloria del Estadio a fajarse, actualmente, con Faster Pussycat, Night Ranger o Winger, en los clubs del circuito revival
americano.
No obstante, su modesta propuesta
actual, no le resta un átomo de grandeza a obras de arte como Long Cold Winter
(1988) y Heartbreak Station (1990). Álbumes de sabor añejo, cuyas esencias
clásicas los han conservado sin fecha de caducidad, y que aún hoy son defendidos en directo por la punzante voz de un hombre que morirá siendo
estrella del rock.
“Los mejores momentos de mi vida han estado siempre encima de
un escenario, con mis mejores amigos y haciendo lo que siempre me ha gustado,
tocar y cantar”. Tom Keifer (1993).
El Heavy Metal puede que sea de
Europa, pero el Hard Rock siempre ha sido tan americano como la tarta de
manzana, el bourbon o el llevar revolver en el coche.
Y en la delantera mítica yankee
aparecen los nombres de Aerosmith, Kiss, Van Halen, Guns N´Roses…y, sí señor,
Bon Jovi. Porque antes de que se dedicasen a publicar el mismo álbum una y otra
vez. Antes de que Jon se transformase en una señorona de mediana edad, que pasó
demasiado tiempo bajo el secador de la peluquería. Antes de enfermar de
diabetes por la sobredosis de azúcar con la que saturan sus baladas. Antes de
dejar de ser una banda de rock n´roll para ser una marca controlada por un
Narciso en permanente ego trip… Antes de toda eso, ocuparon lugar de privilegio
en el Olimpo hardrockero y editaron un puñado de discos que siguen siendo,
después de tantos años, remedio instantáneo para la depresión.
New Jersey (1988). Nacidos para
correr 2.0.
Tras arrasar con Slippery When Wet (1986), a Bon Jovi se
le presentaba la compleja tarea de tratar de confirmarse como el gran grupo de
rock de los 80s, en unos tiempos de competencia feroz, con Mötley Crüerecibiendo el cuádruple disco de platino por las ventas de Girls, Girls, Girls (1987), y Skid Row elaborando su intenso debut, mientras que, al otro lado del Atlántico, Def Leppard y
Whitesnake, buscan hacer las Américas con trabajos diseñados para el FM.
Además, la sombra de los 14
millones de copias de su anterior producción y una banda extenuada tras una gira
de año y medio no eran el mejor punto de partida para revivir el éxito
anterior. Así mismo, debían resolver con pericia la delicada cuestión de no
editar un Slippery …, 2ª parte, ni
alejarse en exceso del Light Metalque los había hecho grandes.
Repiten con la pareja Bruce
Fairbarn/Bob Rock tras la mesa de grabación y vuelven a buscar en el
compositor Desmond Child, la llave que les abra las puertas del Top Ten.
Colaborador habitual de Kiss, fue el mismo Paul Stanley el que le recomendó a
Jon que contase con él, tras el lóbrego 7.800º
Fahrenheit (1985). El resultado fueron dos Nº 1
consecutivos como “You Give A Love A Bad Name” y la inmortal “Livin´ On A
Prayer”. En esta ocasión, de la mágica combinación Bon Jovi-Sambora-Child
surgirían nuevos clásicos tales como “Bad Medicine” o “I´ll Be There For You”,
de espíritu similar a anteriores hits.
Lo mismo ocurre con el tema que
abre el disco, la pegajosa “Lay Your Hands Of Me”: La tensión en las intros,
los ouuooooo, los estribillos imbatibles, la presencia de los teclados de
Bryan…y todos esos clichés de Arena Rock que son desarrollados con maestría por
el quinteto, pero que generan un inevitable déjà
vu.
Anyway, al profundizar en New
Jersey (1988), se percibe un estilo más maduro al equilibrar las armonías AOR
con sus raíces springstinianas en una mezcla imparable de melodía y fuerza.
Una instrumentación más rica, y
canciones más largas y variadas, generan temazos como “Blood On Blood” en la
que el mercurio corre por el mástil de Richie Sambora en la
fantasía infantil de las amistades eternas, “Homebound Train” con esos afilados
duelos de guitarra, piano y armónica, o el apasionado medio tiempo “Stick To
Your Guns” en la que Jon vuelve a encarnar al cowboy de “Wanted Dead Or Alive”
.
El álbum se lanza en Otoño de
1988, alcanza lo más alto de las listas y seinicia una mastodóntica gira de 240
conciertos que concluye en un escenario de Guadalajara, Méjico, con el grupo
hecho pedazos y serias dudas acerca de un futuro en común.
La canción: No fue el single más escuchado, ni tampoco es muestra
clara de esa nueva madurez de la que hablaba. Pero en este disco, mi corazón
está con “Born To Be My Baby”.
Love story de clase obrera
que desde el … two, three, four
inicial se muestra como un potente artificio de pirotecnia que sube, sube y
sube hasta explotar en un memorable estribillo que es inevitable cantar con
emoción en la voz y sonrisa en los labios.
Blaze Of Glory (1990). Los
valientes andan solos.
Banda Sonora del mito de Billy el
Niño interpretado por estrellas del cine adolescente como Emilio Estévez,
Kiefer Sutherland o Christian Slater. La forman diez temas en los que se
conjugan la épica del western con una versión más tradicional del sonido Bon
Jovi.
Fue el hijo listo de Martin Sheen
el que le pidió a Jon que le cediese “Wanted Dead Or Alive” como tema principal
del soundtrack. No obstante, el cantante prefirió componer un LP entero por el
que aparecen artistas del calibre de Jeff Beck, Elton John, Little Richard, o
el añorado Ratt, Robbin Crosby.
Tras visitar el rodaje e incluso
actuar como extra, se trasladó a Los Angeles para examinarse en solitario. Sin
las exigencias comerciales de la banda madre, Jon engendró un trabajo que, si
bien tenía canciones que podrían haber encajado en producciones de Bon Jovi,
tales como el festivo single “Billy Get Your Guns” o “Never Say Die” que parece
sacada de las sesiones de New Jersey (1988), el grueso del disco son temas que,
en fondo y forma, se distancian del pasado.
La sentida tonada “Blood Money”,
la espiritualidad que se respira en “Bang A Drum”, o la cólera country de la
canción nominada al Oscar “Blaze Of Glory” son muestras de la intención del
artista en adentrarse en el American Classic Rock y crear una obra atemporal.
El resultado final peca de cierta
dispersión, y, como de costumbre, fue machacado por la crítica.Aún así, yo antes me corto una mano que
deshacerme de mi cascado CD de Intrépidos Forajidos, que fue como se conoció a
la película en España.
Las ventas acompañaron
y se comprobó que había vida sin Child y Sambora. El clip de “Blaze Of Glory”,
mostrando la soledad de Jovi en lo alto de las montañas de Moab, en Utah,
parecía anticipar el fin definitivo de la banda.
La canción: Para mí, es imposible oírla una sola vez. Para
saciarme, por lo menos, necesito escuchar dos o tres veces seguidas los
violines que resuenan en “Santa Fe”.
Tras visitar el set de rodaje
situado en esa localidad de Nuevo Méjico, el cantantetituló así, la brutal power ballad que narra una historia de venganza al sur de la frontera.
En ella, Jon se viste de Arma
Joven para de nuevo hablar con Dios, en lo que es el leit motiv del disco, y le
advierte que no le guarde sitio en el Cielo, si el Diablo tiene su camino.
Porque cuando conozca al Hacedor,
en su alma insalvable pesarán todos los corazones que rompió y todas las vidas
que tomó.
Y maldice a este mundo por
transformar al hombre bueno en malo y convertir a un asesino en un héroe.
Y avisa que este pecador sin
nombre está cabalgando de regreso a Santa Fe,
porque tiene deudas que pagar en
Santa Fe,
porque hoy, es el Día del Juicio
en Santa Fe.
Keep The Faith (1992). Life After
Death.
Terapia de grupo, la salida del
manager Doc McGhee y la ambición sin límites de Jon, permitieron al grupo
escapar del fin de las Hair Bands.
Adiós melenas crepadas, adiós
maquillaje, adiós spandex y pañuelos de colores, y hola a una imagen más sobria
de vaqueros y camisetas negras, y a un sonido más limpio, pero igual de
contundente.
Se buscó que Bob Rock repitiese
lo conseguido con el Black Album (1991) de Metallica: reinventarse para
avanzar, captar a un nuevo público, conservando al grueso de tus fans menos inmovilistas.
Y el resultado no pudo ser mejor.
Pese a la frialdad con la que fue recibido en los States, en Europa el disco
triunfó. Sus singles sonaron con fuerza en la radio, y hoy son igual de
coreados en los directos que viejos clásicos como “Runaway” o “In And Out
Love”.
En esta ocasión, a la sempiterna
herencia del Boss, se le uneuna
querencia no reconocida al sonido U2 y su reciente Achtung, Baby (1991).
No obstante, la banda suena pletórica
en inmensas canciones de rock sin apellidos como la radiante“I Believe”, el vacile stoniano de
“I´ll Sleep When I´m Dead”, la emoción pura comprimida en “In These Arms” (…ese
doloroso beeeeeeibiiiiii final con el redoble de tambores de
Tico Torres de fondo…) , o el pseudo metal de“If I Was Your Mother”.
Y mención aparte merece el viaje a la América desheredada de “Dry County”. Diez minutos de
desesperanza, Fenders desbocadas y grandeza, venerados por los fans de todo el
mundo que imploran que suene en cada concierto, con el anhelo de desmayarse con
el épico segundo solo de Sambora.
Su cara B desciende claramente el
nivel, y sólo se salva la vintage “Blame It On The Love Of Rock And
Roll”, pero es que si fuese igual de buena que su primera parte, sería una puta
obra maestra.
La canción: Carta de presentación del álbum, para un adolescente en el
invierno del 92, no había NADA que le diese más marcha que el
pum-pum-pum-purum-purumpurum de Alec John Such en la intro de “Keep The Faith”.
Me da igual sí es pariente del
“The Fly “de U2 o del “Simpathy For The Devil” de los Rolling. Tiene un groove
único que se te mete bajo la piel, y todavía impresionan las imágenes de los
Bon Jovi tomando las calles de New York con la prestancia deuna legión romana.
Una pena que la consigna de
conservar la fe, no se aplicase también al grupo.
El veneno de la decadencia.
Tras el recopilatorio Cross road (1995), se publica una obra ramplona y ñoña como These Days (1995), ya sin el bajista John Such, que sería la
antesala de la debacle posterior.
Discos y discos cada vez más
standard, que han perdido toda personalidad y que buscando gustar a todos, no
gustan a nadie.
El problema está en la burbuja en
la que vive Jon, rodeado de un ejercito de Yes, man, que no le rechistan los
disparates que comete.
Porque da pena y
sentimiento ver el documental When We Were Beautiful, rodado durante el Lost
Highway Tour de 2008, en el que el 80% del metraje lo componen secuencias del
cantante hablando de lo dura que es la vida de la estrella del Rock, de comprar un equipo de fútbol americano o que busca ser considerado el Tom Cruise
del rock (WTF!). Y lo peor es que el resto de pobres diablos de la banda(?), sólo aparecen para hablar de Jon.
El delirio es tal que se ha
atrevido a salir este año de gira sin Richie Sambora.
Espero que las pobres ventas del
anodino What About Now (2013) le hagan espabilar, coger la guitarra sin mirar
la calculadora, y recordar el hombre que una vez fue.
Mientras tanto, ahí están los
discos del pasado cuyo música siempre será celebración de
juventud, medicina para el alma, y gasolina para el sábado noche.
Algo de policíaco
no estaría mal. Aunque, en realidad, mi serie siempre ha sido Sobrenatural (05-…)
de la que me trague 6 temporadas.
Ya veo. Pues
precisamente nos acaba de llegar algo que quizás le interese. ¿Le gustan
las series inglesas?
Claro. De niño
me partía de risa con El show de Benny Hill (55-91).
Jeje… Pero el
caballero seguro que conocerá la última hornada de seriales británicos que
tanto éxito están cosechando.
Sherlock (10-…), la adictiva adaptación del mito de Conan Doyle, o Luther
(10-…), en la que un inmenso Idris Elba detiene a psicópatas sirviéndose de su
brillante y frágil mente.
¡La he visto!, las
tres temporadas. Me encanta Idris. Aunque la última fue un tanto floja.
Estamos de
acuerdo. Bueno, pues imagínese el sanguinolento Londres de Luther cubierto de una espesa
atmósfera gótica y la resurrección de lo más granado de los villanos clásicos
de la pérfida Albión: Jack el Destripador, los hermanos Kray, el Boogey Man,
las brujas del S. XVI… Imagínese una negra pesadilla extendiéndose por un
modesto barrio del East End y un grupo de policías tratando de evitar que las
puertas del Infierno se abran de par en par. Imagínese Whitechapel (09-…).
Jejeje…que bueno
era Benny Hill, me encantaba cuando le daba de collejas al calvo, y la musiquita…taaaa-rara-rara-rarara-tarara-tararara-tarara…Jejejejeje.
Ejem, ejem.
Perdone, me
decía de una serie en plan Luther, de asesinatos y tal, pero con más terror,
¿No?
Exactamente.
Pero…¿Y los
personajes? ¿Es sólo un procedimental inconexo o hay linea argumental? Se me indigestan las máscaras recitando texto.
Al contrario. La
serie orbita sobre la evolución de la relación entre el refinado Inspector
Joseph Chandler, el veterano de culo pelado Ray Miles y Steve
Pemberton, el obsesivo investigador que gestiona el archivo del sótano de la
Comisaría, al que se acude para escarbar en el pasado la respuesta a los
brutales crímenes que asolan al pequeño distrito londinense.
Comprendo. ¿Cómo
se sirve?
Se degusta en unos
jugosos dieciocho capítulos en v.o.s.e. Ideal para la soledad de la noche, servida junto a un buen whisky de malta en vaso bajo. También solo.
¿Con subtítulos?
Bueno, así practico el inglés. No se hable más. Me interesa. Que me la sirvan
ya, que me ha puesto usted los dientes largos.
Entre el bestiario latino
de piojos, burros, conejos y focas,
destaca el Panzer con el que
bautizaron al panameño. Mitad por la memoria del militar alemán. Mitad
por su traza de potente nueve que irrumpía en el área para volar entre los
defensas y propulsar el balón hasta la red contraria.
Condiciones descubiertas por el
buen ojo de José Antonio Barrios, en aquel Mundialito de la
Emigración que organizaba el C. D. Tenerife.
Tras ser el segundo máximo goleador del torneo, fue retenido en la isla por el
Club, pese a no poder jugar con el equipo que, en aquel año 86 militaba en 2ª
B.
No obstante, Javier Pérez costeó
un año en blanco que permitió afinar el juego callejero del ariete que, ya en Segunda División, comenzaría a hacer avanzar al Panzer entre los nombres de los mejores delanteros del fútbol nacional.
En el año 89, sus dieciocho goles
empujaron al Tenerife a una Primera que no pisaba desde la 61-62, y después fue
pieza clave en la temporada de la permanencia, recibiendo el trofeo EFE al
mejor jugador iberoamericano.
Sin embargo, trescientos
millones de pesetas del Valencia rompieron el idilio entre el futbolista y una
afición que se vio huérfana del jugador que habían hecho ídolo, tanto por su
esfuerzo dentro del campo (48 goles en 122 partidos vistiendo de blanquiazul), como por un tremendo carisma que lo mantienen en un lugar
privilegiado en la memoria del Tinerfeñismo.
Ni siquiera las escuadras de
Valdano o Heynckes que pasearon el nombre de la isla por Europa, le hacen
sombra a este chicharrero de corazón que, por casualidad, nació en el barrio
del Chorrillo de Panamá, y que nos abandonó un 6 de Mayo de 1993, en una carretera de Albacete.
El homenaje en su país de origen,
fue renombrar el Estadio Nacional como Estadio Rommel Fernández.
No es menor el tributo que se le
rinde en una esquina del Heliodoro Rodríguez López, en la que nunca faltan
flores ni velas.
Un mosaico del delantero celebrando
uno de los goles que inauguraron la época más gloriosa del C. D.
Tenerife.
Un reconocimiento perenne que da
pie a que se le cuente a las nuevas generaciones quién fue Rommel Fernández.
En la América de los 60s, la
Velvet le inyecta arte a los oscuros callejones de Nueva York y el movimiento
por los derechos civiles del Dr. King marcha sobre Washington. Los rusos ponen
un pie en el espacio y The Beatles hacen suya la doctrina de Chuck Berry.
Pero para los chicos del Rat Pack
todo eso ocurría en otra galaxia.
Su mundo era otro. Dino, Frank y
Sammy vivían subidos a un carrusel de actuaciones en los mejores casinos de Las
Vegas, multitudinarios programas de televisión para todo el país, ganancias millonarias
con sus discos y películas, y juergas interminables, hasta las cejas de Jack
Daniels y Percodan.
Aunque para ser justos, ellos también
contribuyeron a la revolución social americana.
Pero claro. A su manera.
Como cuando Sinatra movió los
hilos con la Familia para conseguir
que John F. Kennedy llegara a la Casa Blanca. O cuando acogió bajo su manto a Sammy
Davis Jr. en una época en la que no podía bañarse en la piscina de los hoteles
en los que cantaba.
Aún así, pese a que Frank Sinatra
le abrió muchas puertas en el Show Business, sólo ayudó a darle más resonancia
al talento total de Sammy. Un negro deforme y tuerto que en escena, era una fuerza colosal capaz de cantar, bailar, tocar varios instrumentos y transfigurarse en geniales imitaciones.
Amigos.
Davis le agradecería al Ol´ Blue Eyes el que lo apadrinase en
sus comienzos con una lealtad canina que duró hasta el final.
Con Dean Martin la relación fue distinta. Dino ya había cosechado grandes éxitos formando pareja cómica con
Jerry Lewis y su encanto irresistible le aseguraba una larga y exitosa carrera
con o sin la ayuda de Sinatra. Martin disfrutaba pasando excitantes temporadas
en, lo que él llamaba, “el mundo de Frank”, pero tenía una personalidad independiente que no
empataba bien con el servilismo de La Voz
con sus amigos de la Mafia, su carácter explosivo o su obsesión con Ava Gardner.
Eso sí, sobre el escenario la
combinación de los tres era avasalladora. Siempre con la diversión como meta,
fueron estandarte de lo políticamente incorrecto, ante un público que adoraba verles
emborracharse y lanzar chistes groseros.
Con Johnny Carson.
¿Quiénes se creían esos piojosos
melenudos de los Rolling Stones para intentar competir con el pasatiempo
favorito de la América conservadora?
Ya llegaría su momento, pero en
ese tiempo todavía reinaba la Corte de Sinatra, y no sólo en la música, sino
también en cine, alternando productos más comercialescon films de calidad.
Y para quién lo dude, que contemple
a Dean Martin aguantándole la mirada a John Wayne en el western "Río Bravo" (1959)
o vea la inolvidable interpretación de Frank en "De Aquí A La Eternidad" (1953), por la cual recibió el Premio de la Academia.
Otra cuestión sería preguntar por
esa oferta irrechazable que Sam “Momo” Giancana hizo a los dirigentes de la
Columbia para que Sinatra vistiera las camisas hawaianas de Angelo Maggio.
El Séptimo Arte también cuenta
con una perfecta radiografía del Rat Pack, la entretenida "La Cuadrilla De Los
Once" (1960).En ella están
presentes muchas de las características que los definían: el machismo, el gusto
por el alcohol, su música, los intentos de Martin por frenar los planes
descabellados de Sinatra, el glamour chabacano de Las Vegas, el codearse con
gangsters como George Raft…
Lamentablemente para ellos, the times they are a-changin´. En pocos
años, ya no habría sitio para sus espectáculos de esmoquin y gran orquesta, y
las reuniones de los tres amigos, ya sexagenarios, serían esporádicas. Aún así,
a los antiguos fans se les unirían nuevas generaciones que querían aplaudir la grandeza de unos artistas que, después de tantos años, ya eran parte
de la familia, y cuya desaparición dejó un enorme hueco en el Entertainment norteamericano.
Anyway, hay esperanza de que parte
de la magia regrese con el biopic de Sinatra que prepara Martin Scorsese. En él,
seguro que habrá espacio de sobra para celebrar las andanzas del atajo de ratas y conseguir que los viejos
focos del casino vuelvan a encenderse sobre una época irrepetible.