Llama la atención su apodo.
Entre el bestiario latino
de piojos, burros, conejos y focas,
destaca el Panzer con el que
bautizaron al panameño. Mitad por la memoria del militar alemán. Mitad
por su traza de potente nueve que irrumpía en el área para volar entre los
defensas y propulsar el balón hasta la red contraria.
Condiciones descubiertas por el
buen ojo de José Antonio Barrios, en aquel Mundialito de la
Emigración que organizaba el C. D. Tenerife.
Tras ser el segundo máximo goleador del torneo, fue retenido en la isla por el
Club, pese a no poder jugar con el equipo que, en aquel año 86 militaba en 2ª
B.
No obstante, Javier Pérez costeó
un año en blanco que permitió afinar el juego callejero del ariete que, ya en Segunda División, comenzaría a hacer avanzar al Panzer entre los nombres de los mejores delanteros del fútbol nacional.
En el año 89, sus dieciocho goles
empujaron al Tenerife a una Primera que no pisaba desde la 61-62, y después fue
pieza clave en la temporada de la permanencia, recibiendo el trofeo EFE al
mejor jugador iberoamericano.
Sin embargo, trescientos
millones de pesetas del Valencia rompieron el idilio entre el futbolista y una
afición que se vio huérfana del jugador que habían hecho ídolo, tanto por su
esfuerzo dentro del campo (48 goles en 122 partidos vistiendo de blanquiazul), como por un tremendo carisma que lo mantienen en un lugar
privilegiado en la memoria del Tinerfeñismo.
Ni siquiera las escuadras de
Valdano o Heynckes que pasearon el nombre de la isla por Europa, le hacen
sombra a este chicharrero de corazón que, por casualidad, nació en el barrio
del Chorrillo de Panamá, y que nos abandonó un 6 de Mayo de 1993, en una carretera de Albacete.
El homenaje en su país de origen,
fue renombrar el Estadio Nacional como Estadio Rommel Fernández.
No es menor el tributo que se le
rinde en una esquina del Heliodoro Rodríguez López, en la que nunca faltan
flores ni velas.
Un mosaico del delantero celebrando
uno de los goles que inauguraron la época más gloriosa del C. D.
Tenerife.
Un reconocimiento perenne que da
pie a que se le cuente a las nuevas generaciones quién fue Rommel Fernández.
Un camino, para que viva en el
recuerdo.
Muy, muy sentido. Recuerdo perfectamente ese avanzar suyo, entre torpe y determinante. Gran entrada
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