miércoles, 23 de octubre de 2013

DRY MARTINI. ALTO VOLTAJE.



   Tras fallecer Don Alfredo, hablaba un bajo José Luis Garci de la amistad que los unió durante cuarenta años.

Del día en el que se lo presentaron y se fueron al boxeo, de lo que era pasear con Alfredo Landa por el Madrid de los 70s, de sus planes de rodar juntos El Crack, 3ª parte, de los primeros indicios de la enfermedad… y de las pobladas cenas en el ático del actor que siempre concluían con un tsunami de Dry Martinis y el amanecer colándose por la silueta de la ciudad.

Pero…¿martini?... ¿vermú?...en mi ignorancia, me resultó extraña la elección de una bebida tan suave. De los protagonistas me hubiese pegado más regar con Vega-Sicilia la comida y un robusto Chivas con edad de votar para amenizar las tertulias sobre la crisis del cine español, sobre la mejor época del año para viajar a Nueva York o sobre los valores del PP.

No obstante, no tardé mucho en salir de mi confusión y comenzar a intimar con el rey de los cocktails.

De origen ambiguo, me gusta la versión que lo sitúa a principios del S. XX, en la barra del Hotel Knickerbocker, en la esquina de Broadway con la 42, ante un entregado John D. Rockefeller que pronto habla a sus amistades de las bondades de este sencillo combinado de ginebra.

Dino desayunando.

Aunque la verdadera labor de divulgación la realiza el Cine donde los Dry Martinis pasan de los labios de la divina Bette Davis en Eva Al Desnudo (1950) al vagón-restaurante en el que Cary Grant se siente Con La Muerte En Los Talones (1959), y de ahí, a la habitación en la que James Bond templa los nervios antes de enfrentarse al Dr. No (1962). E incluso se habla de un moribundo Bogart lamentándose de haber abandonado el whisky por las balas de plata. 

Para un mitómano hasta el tuétano como yo, con menos había para que me lanzase a perseguir esta bebida hasta conseguir cercarla en un hotel de Fuerteventura. Tras negociar con la camarera, por fin, la pude probar y ya no hubo marcha atrás.

Fascinado, a mi regreso a casa me hice con un modesto kit y, asesorado por Garci, me introduje en la liturgia de su elaboración: Imprescindibles las copas de cóctel conservadas en la nevera junto con la ginebra. Se vierte el vermú seco en el vaso mezclador para, más adelante, eliminarlo de manera que sólo quede un recuerdo de su sabor sobre el esmalte del hielo. Acto seguido, se le suma ginebra en dosis generosa, se cuela en copa, y se le añade aceituna sin hueso y floritura de piel de limón.

Y voilà, un +30 en Carisma con sólo sostenerlo en la mano.

Una brusco corrientazo que enciende el ánimo.

Un gancho de Alí que te envía a la habitación de los sueños.

Un latigazo helado en plena espina dorsal.

Un ¿dónde-has-estado-tú-toda-mi-vida?

No sé si llegaré a tener la muñeca de Don Alfredo, pero ganas y afición no me faltan, así como el compromiso de difundir su palabra entre todos los que coincidan conmigo en que ya está bien de la dictadura del gin-tonic, que siempre fue una bebida de viejas, y de tanto mojito que esto parece Cuba.

Para empezar, ya he convertido a la causa a mi madre y convencí a Iban para que haya vermú seco en Los Parados.



Larga vida al Rey.

4 comentarios:

  1. Se nota el amor por esta bebida y la historia que conlleva. Y lo entiendo. Lo digo con conocimiento de causa jajajaja. Pero Deif, no abuses de tu madre y su hígado, hombre.
    Mensaje para los lectores: anímense a probarlo. A mí no me cogen más.

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  2. Jajajajaja me he reído mucho con esta entrada. Sobre todo pq cuando lo deguste por primera vez verdaderamente me dio un latigazo como me lo daría el gran Ali, y la verdad es q estaba tu madre y tu con una copichuela en la mano. No olvidaré ese nockout al probar semejante bebercio. Salud para todos

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  4. Gracias, Cesitar. A ver si amplio mi carta de cocktails y encuentro algo menos contundente que a mi me hicieron la cuenta de diez hace 3 semanas. Nos vemos y echamos un dry, pero uno sólo.

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