sábado, 19 de mayo de 2012

BRUCE SPRINGSTEEN & THE E STREET BAND. EL GENUINO SABOR AMERICANO.




   La E Street Band toma posiciones, y el Jefe entorna los ojos mientras comienza a cantar We take care of our own, primer single de su último álbum, el reivindicativo Wrecking Ball. Quizás, para poder escarbar mejor en su alma, y escupir la rabia por un mundo que se desmorona. Quizás, en espera a que la oscuridad termine de tapar los claros del estadio. 

Aún así, la posible decepción, no le resta un gramo de fuerza a un Springsteen que desde el primer tema, se sacude y se agita como un caballo de carreras a punto de tomar la salida, ni mucho menos, se lo resta a un público ya entregado desde el ¡Hola, Gran canaria!.

Tras la canción Wrecking Ball, el orgullo de New Jersey se acomoda su mítica Fender Telecaster y ataca un Badlands que hincha de épica el primer clásico de la noche que incide en la protesta por las injusticias y la ilusión por un mejor mañana. Su carga emocional tras años de escucha, pone al rojo vivo las calderas del recinto al calor del martilleante riff de teclados. La intensidad no decrece con la combativa No Surrender, en la que se aprietan los dientes al cantar No retreat, baby, no surrender, preludio del nervio celta de Death to my Hometown que casi podría tumbar los muros de Wall Street, sólo con la energía de su sección de vientos.
A partir de ahí, el intercalado de canciones recientes con clásicos poco familiares para el no fanático de Springsteen, y un innecesario discurso por parte de un multimillonario que habla de perder casas y trabajos, te aleja del corazón del concierto y te acerca a la barra del kiosko, en busca de Carta de Oro. Anyway, no se le puede dar la espalda al grueso ritmo hard rockero de Seeds, que hace brotar miles de air guitars y te encierra en la célebre caja Live/1975–85.

A esas alturas de la noche, ya ha habido tiempo para fijarse en el carisma gipsy del inefable Little Steven o para echarle un  vistazo al saxo Jake Clemons, y al inmenso vacío dejado por la muerte de su tío Clarence. 

Sobre el escenario, se percibe la herida no cerrada en los viejos amigos, que  reservan la derecha del Boss, para la memoria del camarada que antaño le ajustaba las cuentas a los dueños de los clubs que se resistían a pagar por el talento de la E Street Band. 

Homenaje que se repetiría al final del concierto, con una pantalla central que muestra una mirada fija del Big Man que encoge por igual el corazón de músicos y espectadores. 

Las interpretaciones de Waitin’ on a sunny day, The Promise Land, The Rising, o Land of Hope and Dreams suponen un remonte de esperanza, solamente ahogado por la melancolía de The RiverLagrimas con el gemir de la armónica que inicia una travesía que te absorbe en la triste historia de cómo los sueños se te escapan entre los dedos, y cinco minutos que ya valen por un viaje.  

Para el final, la banda despliega la artillería con cañonazos que irrumpían al filo de la medianoche, del calibre de la reaganiana (le pese a quién el pese) Born in the U.S.A., o el arrollador entusiasmo de Born to Run, en la que se te iba la vida gritando el “…tramps like us baby we were booooorn to ruuuuuuuunnn...".

Gran sesión de Stadium Rock, que, leyendo las crónicas de Barcelona, podría haber sido genial. Así que, háganse un favor. Compren su entrada y contemplen cómo Bruce Springsteen & The E Street Band, resumen 40 años de música americana, a la vez que buscan el interruptor que nos ilumine en estos tiempos oscuros.

Para concluir, mi respeto y admiración a los discapacitados físicos que se acercaron esa noche a disfrutar del concierto. Verdaderos HÉROES que se enfrentan a un difícil día a día, que no merma sus ganas de vivir.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario