“Lo ves sentado en la plaza de un pueblo, leyendo el
periódico, y no te crees que es el mejor futbolista de España”
José Antonio Camacho.
17 de Mayo del 2006. Frank Rijkaard se mesa los rizos
dándole vueltas a cómo evitar que la final de Champions se le escape de nuevo al
F. C. Barcelona. El solitario gol de Campbell inyecta stamina a las piernas de
un Arsenal que se aferra a que alguna del las cabalgadas de Henry por la banda
izquierda, selle el triunfo Gunner.
Apenas iniciada la segunda parte, el entrenador hace que un 24 verde ilumine la lluviosa noche y, como durante todo el año, se
encomienda a un joven de veintidós años para que desatasque el centro del campo
blaugrana.
Un jugador menudo que todavía flota en la camisa del Barça, y que se prepara para entrar
sin un mal gesto para con el hombre que había premiado su gran temporada, cerrándole la puerta de la titularidad.
Con Xavi recuperándose de su lesión de rodilla, Rijkaard no
se atrevió a hacerle sitio a Andrés Iniesta en el once inicial sentando al arisco
Deco, o sacrificando el futbol trotón de pierna dura de Edmilson o Van Bommel.
A cambio, ganaba un perfecto suplente que ya se perfilaba
como el futbolista con el manual de instrucciones para transformar el rectángulo
de juego en mesa de billar.
La Copa de Europa levantada aquella noche al cielo de París
por Puyol, fue la primera piedra arrojada en la revolución de los bajitos contra
los demagogos del físico y el resultado.
Una revolución sublimada por un Pep Guardiola que convirtió
cada partido del Barça en un fenómeno paranormal en el que, en lugar de rivales
de Liga o Champions, en el campo se materializaban el Milán de Sacchi, el
Brasil del 70, o los tíos lejanos de la Naranja Mecánica, para medirse con los
canteranos de la Masía que tocaban con insistencia el timbre de la Eternidad.
El resultado fue de empate técnico, decantado hacia la
esquina culé por su barroco tiqui-taca, por un iceberg de títulos y por la constante standing ovation que acompaña a Sweet Iniesta al despedirse de cada estadio.
Entre el recio metrónomo de Xavi, el fogonazo autista de Leo
Messi, o el volcán en erupción de Carles Puyol, chispea la templanza torera de
barbilla levantada con la que Don Andrés se presenta a las grandes citas.
Citas como el orgasmo de Stamford Bridge que trastornó hasta
al mismo Guardiola que volvió a ser aquel recogepelotas del Camp Nou que se
abrazaba con Víctor Muñoz. O la escalera al Cielo recorrida en la mágica noche
de Johanesburgo en la que Iniesta de mi vida salió de la lámpara para desgarrar la red holandesa, conseguir un
Mundial, y apretujar el corazón del planeta con el recuerdo al amigo caído.
Tanta excelencia debía de tener por justicia algún premio en
el que se recalcase el esfuerzo del Mejor Jugador de la Euro de Ucrania y Polonia,
por acercar la ficción anime de “Campeones” al documental deportivo.
Y ese galardón llegó con un merecidísimo UEFA Best Player in
Europe 11/12, en el que este Clark Kent albino, que sólo tuvo palabras de agradecimiento para compañeros de
equipo y selección, aportando discreción
frente al arrogante desconsuelo luso.
Con, exclusivamente, imperios por reconquistar, a Iniesta ya sólo se le pide agasajarnos semanalmente con su fútbol, hasta una retirada tardía que, con el azúcar de la nostalgia, agrande aún más la leyenda del jugador que arrullaba la pelota, y que se elevaba del césped sostenido por el cariño unánime de la afición.
Coño, parece que te me vas adelantando sobre los temas tocados(aunque no va exactamente de esto). Ya lo tengo terminado, pero lo pondré en otra semana porque urge el que colgaré esta noche.
ResponderEliminarGrande Iniesta, en todo de acuerdo, pero sabes que mi favorito es Xavi. Te animo a que escribas algo sobre él ya que, por mi parte, será la última vez que hable de fútbol (creo)
grande Iniesta y gran artículo
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